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Ya hemos reproducido en otra ocasión algún texto del gran sabio Romano Amerio, helenista, teólogo, historiador, latinista y filósofo (además de consejero del Cardenal Siri).

En esta ocasión, los fragmentos que reproducimos, aderezados (como ya es costumbre en este blog) con algunos resaltados, hipervínculos e imágenes, analizan y corroboran la importancia del latín en la Liturgia.

Expone la gran labor pedagógico-educativa ejercida  por el uso del latín sobre los sectores menos cultivados de la sociedad y el bagaje cultural que se está perdiendo a consecuencia de esto.

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El latín es lengua óptima para la ejecución del Sacrificio agradable a Dios

Nos demuestra también la falsedad de la grosera sentencia -muy propia de teólogos pederastas- de «si el pueblo no sabe latín, no puede participar en la liturgia», sentencia evidentemente amparada en una concepción falsa y protestante de la participación.

Por último, Amerio proporciona pruebas irrefutables de la disociación existente entre el uso de las lenguas vernáculas para la liturgia con respecto a la Universalidad, la inmutabilidad de los dogmas revelados por Dios o la debida majestad propia del Sacrificio agradable a Dios.

Por si quedara alguna duda, al texto de Amerio añadimos al final un pequeño anexo con opiniones de los protestantes sobre la nueva misa.

Mendo Crisóstomo


LATINIDAD Y POPULARIDAD EN LA LITURGIA


Por Romano Amerio

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Tras el Concilio de Trento, florecieron la instrucción popular y la difusión de los «libros de piedad», que aseguraban la correcta participación y formación litúrgica de todos los sectores de la sociedad. Esto acabó tras el Concilio Vaticano II.

El Concilio de Trento (ses. XXII, cap. 9) ordenó que en el curso de la Misa el sacerdote explicase al pueblo parte de las lecturas. Esto no sólo se hacía en la homilía, sino también y de modo muy abundante mediante los libros de piedad, difundidísimos hasta el Vaticano II, que facilitaban seguir las diversas partes de la Misa.

Llevaban oraciones apropiadas que a menudo parafraseaban los textos litúrgicos, e incluso viñetas reproduciendo del modo más evidente posible ante los ojos el aspecto del altar, los actos del celebrante, y la posición de los vasos y de los ornamentos. Naturalmente, siendo analfabeta gran parte del pueblo cristiano no se podía encontrar perfecta concordancia entre la devota disposición interior del vulgo y la secuencia de las ceremonias sagradas. Por otro lado, la universalidad (letrada o iletrada) de la asamblea conocía y reconocía los momentos más importantes y las articulaciones del rito, indicadas también por la campanilla.

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En el antiguo rito latino, la Universalidad de la población (letrada o iletrada) participaba en la Santa Misa de manera efectiva

De este modo no faltaba a los ritos sagrados la participación espiritual de los fieles. Y no solamente no faltaba, sino que faltó cada vez menos después de que en los años de la primera postguerra (en Italia por mérito de la Obra para la Realeza de Cristo) en todos los países europeos se difundieran los cuadernillos con el texto latino y la traducción al vulgar del Misal festivo.

Y conviene señalar que los misales que contenían el texto latino y yuxtapuesta la traducción en lengua moderna estuvieron en uso desde el siglo XVIII [1], y no sé si también antes. En la biblioteca de Manzoni en Brusuglio existe uno latín-francés impreso en París en 1778, y era utilizado por doña Giulia.

Suele objetarse que en el rito latino el pueblo estaba desvinculado de la acción de culto y faltaba esa participación activa y personal constituida en intención de la reforma. Pero contra dicha objeción milita el hecho de que la mentalidad popular estuvo durante siglos marcada por la liturgia, y el lenguaje del vulgo recogía del latín cantidad de locuciones, metáforas, y solecismos.

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Antaño, el lenguaje y cultura del vulgo se enriquecían con metáforas, solecismos y locuciones del latín

Quien lee esa vivísima pintura de la vida popular que es el Candelaio de Giordano Bruno se sorprende del conocimiento que los más bajos fondos tenían de las fórmulas y de los actos de los ritos sagrados: no siempre (es obvio) en la semántica legítima, y a menudo llevados a sentidos deformes, pero siempre atestiguando el influjo de los ritos sobre el ánimo popular.

Por el contrario, hoy tal influencia se ha apagado del todo y el lenguaje toma sus formas de otros campos, sobre todo del deporte.

El más importante fenómeno lingüístico por el cual quinientos millones de personas han cambiado su lenguaje de culto, no ha dejado hoy la más mínima sombra en el lenguaje popular.

LOS VALORES DE LA LATINIDAD EN LA IGLESIA. UNIVERSALIDAD


Por Romano Amerio

No queremos aquí retroceder hasta la Auctorem fidei de Pío VI, que reprobó la propuesta del Sínodo de Pistoya de realizar los ritos en lengua vernácula (DENZINGER, 1566). No nos extenderemos ni siquiera sobre la doctrina de Rosmini en las Cinque piaghe, cuando consideraba que el justo remedio a la desvinculación del pueblo de la acción sagrada no residía (como hoy erróneamente se le atribuye) en la abolición de la lengua latina, sino en el desarrollo de la instrucción vital del pueblo fiel [2].

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El Sínodo de Pistoya había sido condenado por el Papa Pío VI, al renovar el error luterano-jansenista de utilizar lenguas vulgares para la liturgia

Si decimos que el latín es connatural a la religión católica, ciertamente no nos referimos a una connaturalidad metafísica coincidente con la esencia de la cosa misma (como si el catolicismo no pudiese subsistir sin el latín), sino a una connaturalidad histórica: un hábito adquirido históricamente por una peculiar aptitud y conveniencia que el idioma latino tiene con la religión.

El catolicismo nació, por así decirlo, arameico; fue durante mucho tiempo griego; se hizo pronto latino, y el latín se le hizo connatural. De entre las muchas adaptaciones posibles de un lenguaje a la religión, la connaturalidad histórica es la que mejor responde a las propiedades de ésta, modelándose perfectamente sobre los caracteres de la Iglesia.

En primer lugar, la Iglesia es universal, pero su universalidad no es puramente geográfica ni consiste, como se dice en el nuevo Canon, en estar difundida por toda la tierra [3].

Dicha universalidad deriva de la vocación (están llamados todos los hombres) y de su nexo con Cristo, que ata y reúne en Sí a todo el género humano. La Iglesia ha educado a las nacionalidades de Europa y creado los alfabetos nacionales (eslavo, armenio), dando origen a los primeros textos escritos.

En consonancia con la acción civilizadora de los Estados europeos, ha educado a las nacionalidades de África. Sin embargo, no puede adoptar el idioma de un pueblo particular, perjudicando a los demás. A pesar de la disgregación postconciliar, a la Iglesia católica parece escapársele lo mucho que la unidad de la lengua aporta a la unidad de un cuerpo colectivo: no ocurre así con el Islam, que usa en sus ritos el paleoárabe incluso en los países no árabes; ni con los hebreos, que usan para la religión el paleohebraico; tampoco se les escapa a los Estados que han alcanzado después de la guerra su unidad nacional, pues ninguno de ellos ha adoptado como lengua oficial una de las lenguas nacionales, sino el inglés o el francés, lenguas de sus colonizadores y civilizadores [4].

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La inmutabilidad de la Revelación de Dios y la Universalidad espacio-temporal de la Iglesia sólo se hallan a salvo con una lengua universal e inmutable

En segundo lugar la Iglesia es sustancialmente inmutable, y por ello se expresa con una lengua en cierto modo inmutable, sustraída (relativamente y más que cualquier otra) a las alteraciones de las lenguas usuales: alteraciones tan rápidas que todos los idiomas hablados hoy tienen necesidad de glosarios para poder entender las obras literarias de sus primeros tiempos. La Iglesia tiene necesidad de una lengua que responda a su condición intemporal y esté privada de dimensión diacrónica.

Ahora bien, siendo imposible que una lengua de hombres escape al devenir, la Iglesia se acomoda a un lenguaje que elide cuanto es posible la evolución de la palabra. Hablo en términos prudentes porque, coincidiendo la diventabilidad con la vida de un idioma, sé bien que también el latín de la Iglesia va cambiando con el correr del tiempo. Incluso prescindiendo de la presente decadencia de la latinidad, tanto profana como eclesial, basta confrontar las encíclicas del siglo XIX con las de los últimos pontificados para advertir la diferencia [5].

INMUTABILIDAD RELATIVA. CARÁCTER SELECTO DEL IDIOMA LATINO

En tercer lugar la lengua de la Iglesia debe ser selecta y no vulgar, porque las cosas que intenta expresar son las cumbres del espíritu, más bien un ensayo de realidades sobrehumanas.

No es que la Iglesia desprecie el profanum vulgus al contrario, todo aquello que toca lo santifica, y el vulgo, los pobres y los simples son objeto precipuo de su cuidado.

Ella trata con perfecta paridad en sus sacramentos a príncipes y a plebe, y catequizó a los pueblos en sus dialectos: Santo Tomás en Nápoles predicó en el vernáculo napolitano, Gerson en el de la Alvernia y los párrocos de Lombardía hasta final del siglo XIX en el del país.

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La Religión Católica evangelizó a los pueblos en sus respectivos dialectos y les convirtió con el Santo Sacrificio en latín

Incluso fundó órdenes religiosas expresamente comprometidas en la instrucción de las capas populares, asemejándose a ellas incluso en la humildad del nombre (los Ignorantes). No es por desprecio del pueblo o altanería sobre los pueblos como pudo la religión tener el latín como lengua propia y connatural. La razón de la latinidad de la Iglesia es ciertamente aquélla, que ya tocamos en Iota Unum [6] de la continuidad histórica, por la cual la religión acompaña el curso de las civilizaciones.

Pero la razón importante es la necesidad para la Iglesia de custodiar el dogma con una lengua que se mantenga fuera de las pasiones. Las pasiones, en una explicación completa (que abarca desde el orgullo hasta la facilidad para sacar conclusiones), son principio de fluctuación de las mentes, de alteraciones de la verdad y de divisiones entre los hombres. Y es ciertamente fútil el escándalo que se monta a veces sobre las sutiles diferencias entre una definición y otra, como si fuesen chanzas y menudencias de charlatanes. [7]

En conclusión, los caracteres del latín de la Iglesia se fundan en una suprahistoricidad que instaura, más que impide, la comunicación entre los hombres, del mismo modo que el elemento de la vida sobrenatural instaura, más que impide, la comunión de todos aquéllos que participan de la naturaleza humana. Lorenzo el Magnífico, discurriendo de las diversas excelencias de las lenguas, atribuye la universalidad del latín a la «prosperidad de la fortuna»[8].

No hace falta creer con los medievales que, al igual que el Imperio, así la lengua de Roma haya estado establecida «por lugar santo / donde mora el que a Pedro ha sucedido» (Inf. II, 23-24). Se puede rechazar tal sentencia y no desconocer sin embargo la eminencia y el idiotropion de la latinidad de la Iglesia.

subir imagenNo conviene concluir este discurso sin recordar que el latín constituía hasta hace poco tiempo la más vasta κοινή del mundo de la cultura. Si espíritus de renuncia y de flaqueza no hubiesen frustrado la restauración ordenada por Juan XXIII [9], esta κοινή podría conservarse dentro de la Iglesia Católica en la enseñanza, en los ritos y en el gobierno. Mayor fuerza moral que la Iglesia mostraron esos gobiernos civiles de nuestra época que consiguieron imponer o persuadir a poblaciones enteras una lengua desconocida o extraña para ellos: así ocurrió en Israel, que hizo nuevo el antiguo idioma, en la República Popular China y en muchos Estados africanos.

Romano Amerio


[1] Sobre la traducibilidad y divulgabilidad de los textos litúrgicos en las lenguas vulgares ha tenido lugar un desarrollo positivo. El decreto del 12 de enero de 1661 de Alejandro VII, que condenaba la traducción en francés del Misal romano, estaba ciertamente inspirado en la idea de una connaturalidad entre lo sagrado y el latín que sobrepasaría el carácter histórico para entrar en lo metafísico, como pronto diremos.

[2] Delle cinque ptaghe della Santa Chiesa, Brescia 1966, p. 74: «queriendo reducir los Sagrados ritos a las lenguas vulgares se iría hacia dificultades mayores, y se añadiría un remedio peor que el mal. Las ventajas de que se goza conservando las lenguas antiguas son principalmente: la representación que hacen las antiguas Liturgias de la inmutabilidad de la Fe; la unión de muchos pueblos cristianos en un solo rito, con un mismo lenguaje sagrado, haciéndoles sentir mucho mejor la unidad y la grandeza de la Iglesia y su común fraternidad; el tener algo de venerable y de misterioso en una lengua antigua y sagrada, casi un lenguaje sobrehumano y celeste; (…) la infusión de tal sentimiento de confianza en quien sabe que reza a Dios con las mismas palabras con las cuales oraron durante tantos siglos innumerables hombres santos y padres nuestros en Cristo». Con la vulgarización de los ritos «se introduciría una enorme división en el pueblo» y «un perpetuo cambio en las cosas sagradas».

[3] Realmente no es algo difuso (la metáfora viene del líquido, que se expande uniformemente dando lugar a un velo superficial continuo), sino más bien discontinuamente disperso.

[4] Que el uso de una lengua supranacional sea, incluso en el orden civil, un coeficiente de unidad y de concordia, queda probado por el hecho de que el intento de algunos Estados asiáticos y africanos plurilingües de introducir como lengua oficial alguna lengua del país, provocó guerras civiles y debió ser abandonado.

[5] Para ser equitativos conviene reconocer que también nuestros doctores daban de modo extravagante ejemplos de tal decadencia. OLINTO GUERRINI, que era bibliotecaria en el Archigimnasio de Bolonia, en una sáfica erótica de Postuma, Bolonia 1882, p. 145, equivocaba acentos y declinaciones, poniendo púlvinar en vez de pulvinar y haciendo latum acusativo del sustantivo latus. Por venir a tiempos recientes, en la célebre Académie des inscriptions et belles lettres, el ilustre ALPHAN citaba un paso del medieval Guiberto, en el que se dibuja pintorescamente la figura del escolar inclinado sobre el banco: «pluteo adhaerens tanquam animal peritum» que quiere decir: «ligado al bando como un animal sabio, como un sabihondo». Pero ALPHAN lee peritum con i larga en vez de con i breve y traduce «comme un animal empaillé», olvidando que los intransitivos no tienen participio pasado. En la abadía de Viboldone, cerca de Milán, una lápida recuerda la restauración promovida por el arzobispo Montini «antequam ad Summum Pontificatum eligeretu». El redactor del epígrafe ignoraba la ley de la oblicuidad, eje de la construcción latina. Con ese subjuntivo se viene a decir exactamente que el Card. Montini tenía en mente convertirse en Papa, e hizo todo lo posible para restaurar Viboldone antes de que ello ocurriese. El Card. SEPER, en diciembre de 1974, me señaló que en el documento de su Congregación sobre el aborto sus latinistas se habían equivocado escribiendo «ut opinatur».

[6] R. Amerio, Iota Unum § 32, sobre la Veterum Sapientia de Juan XXIII.

[7] El lenguaje es la idea misma, y variar el lenguaje, como se desprende del desarrollo homogéneo o heterogéneo del dogma, significa idénticamente variar la doctrina. Lo hemos visto respecto al término transustanciación en R. Amerio, Iota Unum § 275.

[8] Scritti scelti, Turin 1930, p. 46.

[9] Ver nota 6.



ANEXO: LOS PROTESTANTES Y LA MISA NUEVA

Para que nuestros lectores no crean que nos gusta ser «guardianes de las esencias», ni soberbios a los que les gusta ir de elitistas y «desobedecer a Pedro» sin motivo grave, recordamos que pueden consultar L’Osservatore Romano del 13 de octubre de 1967 y constatar lo que en él se dice:

«Es interesante notar un comentario sueco que afirma algo en este sentido: la reforma litúrgica (…) se aproximó a la misma forma de la liturgia luterana»

Por si les quedan dudas, consulten Vds. la Formula missae de Martín Lutero o los libros de ritos «eucarísticos» anglicanos.

Pero antes, ¡cuidado!: para evitar que se atraganten leyendo las opiniones de los herejes protestantes actuales (mal llamados «evangélicos» por los impíos), que insertamos a continuación hablando sobre la misa nueva, les recordaremos la frase del famoso místico argentino Benjamín Solari Parravicini, pronunciada en 1936:

«La Iglesia Católica en el año 1970 tendrá la misa protestante»

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Benjamín Solari Parravicini (1936): «La Iglesia Católica en el año 1970 tendrá la misa protestante»

Y ahora, por fin, algunas opiniones de los herejes protestantes sobre la misa nueva (extraídas de cierta web desaparecida):

«En La Croix del 30 de mayo de 1969, Max Thurian, de la comunidad de Taizé, escribe que el nuevo Ordo Missae

«es un ejemplo de esa fecunda preocupación por la unidad abierta y la fidelidad dinámica, por la verdadera catolicidad: uno de sus frutos será tal vez que comunidades no católicas podrán celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia Católica. Teológicamente es posible«.

Pero no lo era con el rito tradicional.

En Le Monde del 22 de noviembre de 1969 pueden leerse extractos de una carta enviada al obispo de Estrasburgo por el Sr. Siegvalt, profesor de dogma de la Facultad protestante de dicha ciudad. Siegvalt asevera que

«nada hay en la misa ahora renovada que pueda molestar verdaderamente al cristiano evangélico«.

La nueva liturgia es del total agrado de los herejes protestantes

En La Croix del 10 de diciembre de 1969, Jean Guitton reproduce una observación que leyó en una de las más importantes revistas protestantes:

«Las nuevas oraciones eucarísticas han eliminado la falsa perspectiva de un sacrificio ofrecido a Dios«

En el número de enero de 1974 de L’Eglise en Alsace, publicación mensual de la Oficina diocesana de información, se puede leer un documento muy interesante originado en el Consistorio superior de la Confesión de Ausburgo y Lorena, llamada Iglesia «evangélica» o sea, protestante ( de fecha 8 de diciembre de 1973). el documento se publica íntegramente. Los siguientes párrafos han sido extractados del mismo:

«Dadas las formas actuales de la celebración eucarística de la Iglesia católica y en razón de las convergencias teológicas presentes, muchos obstáculos que hubieran podido impedir a un protestante participar en su celebración eucarística parece hallarse en vías de desaparición. Hoy en día debería serle posible a un protestante reconocer en la celebración eucarística católica la cena instituida por el Señor

(…)

…Nos atenemos al uso de las nuevas oraciones eucarísticas en las cuales volvemos a encontrarnos y que tienen la ventaja de matizar la teología del sacrificio que teníamos el hábito de atribuir al catolicismo. Esas plegarias nos invitan a volver a encontrar una teología evangélica del sacrificio (…)

Estos textos, a los que podrían agregarse muchos más, son perfectamente claros. Establecen, sin lugar a dudas, que lo menos que puede decirse de la nueva «Misa» es que es equívoca.»

Sobre el Sacrificio de la Misa y  su Rito contra los Luteranos

Por el Exmo. y Rvmo. Card. Cayetano

Capítulo Primero

De qué trata esta obra El único Maestro de todos, Nuestro Señor Jesucristo, al refutar a los saduceos sólo argüía a partir de los libros de Moisés, que eran los únicos que éstos aceptaban. Así nos mostró que contra los herejes no empleemos pruebas que ellos no admiten, sino sólo los testimonios sagrados que ellos no niegan. subir imagen Por esto, al escribir sobre el sacrificio de la Misa contra los herejes denominados luteranos que se apoyan únicamente en los testimonios de la Sagrada Escritura, pretendo llevar a cabo toda la discusión y la explicación apoyándome sólo en las [mismas] Sagradas Escrituras. No sólo para que no se gloríen diciendo que al negar el sacrificio de la Misa se basan en el sólido fundamento de las Sagradas Escrituras, sino también para que los que tienen menos instrucción no vayan a pensar que el Sacrificio de la Misa no se funda en la autoridad de la Escritura sino sólo en la institución de la Iglesia; y también para que los luteranos que yerran por ignorancia puedan recapacitar. Para que todos puedan conocer claramente la verdad, se va a explicar primero en qué están de acuerdo y en qué se diferencian los luteranos de los católicos; luego, qué se encuentra en las Sagradas Escrituras acerca del sacrificio de la Misa; y finalmente, se van a resolver las objeciones luteranas.

Capítulo Segundo

Coincidencias y diferencias entre católicos y luteranos sobre el sacrificio de la Misa Los luteranos están de acuerdo en que la Misa se puede llamar «sacrificio memorial», porque el verdadero Cuerpo de Cristo, con su verdadera Sangre, se consagra, venera y recibe en memoria del sacrificio ofrecido en la cruz; pues dice el Señor: Haced esto en memoria de Mí [Luc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24-25]. Pero niegan dos cosas. La primera: que el cuerpo y la sangre de Cristo se ofrezcan a Dios. De modo que aunque admiten que en el altar está el verdadero cuerpo de Cristo, niegan sin embargo que se ofrezca a Dios este verdadero Cuerpo. La segunda: que en el altar haya una hostia o sacrificio para la expiación de los pecados, tanto de los vivos como de los difuntos. Ambas cosas las fundan en la doctrina de la Epístola a los Hebreos, donde aparece claramente que para los pecados de todo el mundo basta el ofrecimiento del Cuerpo de Cristo hecho una sola vez en la Cruz. De ahí concluyen que, aunque el culto al Cuerpo de Cristo en memoria de su pasión y muerte fue instituido por Cristo mismo, sin embargo el ofrecimiento de su Cuerpo como hostia por el pecado es un invento humano, contrario a los textos de la Sagrada Escritura.

Capítulo Tercero

Por institución de Cristo se inmola la Eucaristía Sin embargo, los católicos sabemos que en los textos sagrados está marcada la inmolación de la Eucaristía.subir imagen Los evangelistas, en efecto (especialmente San Lucas 22, y más aún San Pablo, en 1 Corintios 1), nos dicen que luego de muchas otras cosas que hizo Nuestro Señor Jesucristo en la cena, les mandó: Haced esto en memoria de Mí. Estas palabras, al ser de Jesucristo, tienen que ser muy bien examinadas, tanto el pronombre Esto, como el verbo haced, como en memoria de Mí. ¶ Para entender lo que se indica con el pronombre Esto, hay que examinar las palabras que preceden. Lo que precede es que Jesús tomó el pan, dio gracias, lo rompió, lo dio y dijo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que por vosotros se rompe, o según San Lucas, se da. E inmediatamente añadió: Haced esto en memoria de Mí. Como el pronombre Esto no se limita a señalar unas y a no señalar otras de las cosas que preceden, se sigue que señala la totalidad de las que preceden. subir imagen¶ La palabra Haced encierra muchos misterios, pues no dice: «Decid esto», sino, «Haced esto», para señalar que lo que manda no consiste en decir sino en hacer, y que el «decir» que figura aquí no es para «decir» algo sino para «hacer» algo; para que comprendiésemos que las palabras de la consagración son palabras que producen lo que significan. Al añadir, en memoria de Mí, distingue «hacer» de «conmemorar». No dijo más expresamente: «Conmemorad esto», sino: Haced esto en memoria de Mí. Nuestro Señor Jesucristo manda que Esto, es decir todo lo que precede, se haga en memoria suya. Lo que se manda es «hacer esto» y que se haga «para recordar» a Nuestro Señor Jesucristo. ¶ Como en las palabras haced esto se entiende no sólo «hacer» el Cuerpo de Cristo sino también hacer el Cuerpo de Cristo «que se rompe o se da» por nosotros, queda claro que Nuestro Señor Jesucristo mandó que hiciésemos su cuerpo que por vosotros se rompe y sé da, como si dijese: «Que se inmola por vosotros», pues sólo se rompe y se da en cuanto se rompe y se da en la cruz (esto quiere decir «se inmola») por vosotros. Por consiguiente, hacer mi Cuerpo que se inmola por vosotros es lo mismo que hacer mi Cuerpo en cuanto que se inmola por vosotros. ¶ Para que entiendas mejor lo que decimos, advierte que si Nuestro Señor Jesucristo hubiese añadido las palabras que por vosotros se rompe o se da sólo para expresar la verdad de su Cuerpo, hubiese sido suficiente decir: «que veis en mi persona», o algo así. Pero lejos de Nuestro Señor Jesucristo un lenguaje impreciso, pues negado esto, se quita toda certeza a las palabras. Eso sería perderse en medio de infinitas posibilidades. Al decir, pues, que por vosotros se rompe o se da, significa exactamente: haced mi Cuerpo en cuanto se ofrece por vosotros, y eso mismo hacedlo en memoria de Mí. ¶ Hacer esto en memoria de Cristo es más que hacer el Cuerpo de Cristo consagrándolo, porque es además hacer el Cuerpo de Cristo que se da y se rompe por vosotros. También es más que recordar a Cristo, porque es hacer, en recuerdo de Cristo, su Cuerpo que se da y se rompe por nosotros.subir imagen Además, darse y romperse por nosotros es lo mismo que ser inmolado por nosotros, pues darse significa genéricamente ofrecerse, y romperse significa específicamente el modo de ofrecerse, es decir, rompiéndose: Él se dio a sí mismo a Dios en la Cruz a través de la ruptura de sus manos, pies y costado por nosotros. Por consiguiente, cuando Nuestro Señor Jesucristo mandó haced esto en memoria de Mí, mandó: haced esto por modo de inmolación en memoria de Mí. Hacer «el Cuerpo de Cristo que se inmola» es hacerlo inmolándolo o por modo de inmolación, de modo que sea el Cuerpo de Cristo en cuanto que se inmola. Si no hacemos estas dos cosas 1ª: hacer el Cuerpo de Cristo «consagrándolo»; y 2ª: «inmolando» lo que se da y se rompe por nosotros, no hacemos «el Cuerpo de Cristo en cuanto que se inmola». A esto se añade otra cosa más, a saber, 3ª hacerlo «en memoria» de Jesucristo. ¶ Date cuenta, prudente lector, de lo que se hizo en la cena del Señor para que entiendas cómo corresponde institución con institución, hecho con hecho e inmolación con inmolación. La cena Pascual, instituida en memoria de la salida de Egipto, consistía en el hecho de una inmolación, de modo que la misma cena era la inmolación del cordero Pascual.subir imagen De igual modo, Nuestro Señor Jesucristo, al terminar el sacrificio del cordero Pascual, instituye nuestra nueva Pascua en sí mismo cuando se inmola diciendo: Esto es mi Cuerpo que se da por vosotros o se rompe: haced esto en memoria de Mí. Como si dijese de palabra lo que expresaba con el hecho de la sustitución: «así como hasta ahora hacíais la Pascua en memoria de la salida de Egipto, a partir de ahora haced esto en memoria de mi inmolación». Como si hablara con la misma sustitución de la antigua Pascua por la nueva, y dijese: «Aquella Pascua la hacíais inmolándola en una cena comunitaria; ahora haced esto inmolándolo en una mesa comunitaria en memoria de Mí». De modo que por esa misma sustitución de la antigua Pascua por la nueva, se da a entender que cuando dice: Haced esto en memoria de Mí, se refiere a que hay que hacerlo por modo de inmolación, pues en la antigua Pascua se hacía de ese modo. ¶ Que tal sea el sentido auténtico de este mandamiento lo prueban los hechos relatados por San Pablo en 1 Corintios 10. San Pablo enumera entre las cosas inmoladas el pan santo y el cáliz de la Sangre de Cristo; trata a nuestra mesa como altar; y pone a los que comen y beben de la mesa del Señor como a los que comen y beben cosas inmoladas. Con esto queda claro, por una parte, que los Apóstoles habían entendido el mandato de Cristo: haced esto en memoria mía, como hacer la Eucaristía inmolándola; por otra parte que en la Iglesia de Cristo, en tiempos de los Apóstoles, la Eucaristía era no sólo un sacramento sino también un sacrificio; y además, que se considera como inmolación del Cuerpo y de la Sangre del Señor no sólo en los usos de la Iglesia y en los libros de los Doctores, sino también en la Sagrada Escritura. Las palabras del Apóstol son estas: Huid del culto de los ídolos. Puesto que hablo con personas prudentes, juzgad vosotros mismos lo que os digo. El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es la comunión de la Sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del Cuerpo de Cristo? Porque todos los que participamos del mismo pan, aunque muchos, venimos a ser un solo pan, un solo Cuerpo. Considerad a Israel según la carne, los que entre ellos comen de las víctimas, ¿no es verdad que tienen parte en el altar? ¿Digo yo con esto que el ídolo o lo sacrificado a los ídolos vale algo? No, sino que las cosas que sacrifican los gentiles, las sacrifican a los demonios y no a Dios. Y no quiero que tengáis ninguna sociedad con los demonios, no podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. subir imagen Esto es lo que dice él. Con estas palabras queda claro que el Apóstol coloca el pan que partimos y el cáliz de bendición en la misma categoría que las víctimas de Israel y las cosas inmoladas a los demonios; que coloca la mesa del Señor en la misma categoría que el altar de Israel y la mesa de los demonios; y que pone a los que comen de la mesa del Señor y beben de aquel cáliz en la misma categoría que los que participan a las víctimas de Israel y comen las cosas inmoladas a los demonios. Con estas razones alega que no pueden tomar parte de las cosas inmoladas a Dios y a los demonios. Si el pan y el cáliz de Cristo no se inmolasen a Dios, toda la argumentación de Pablo, tanto acerca de las cosas inmoladas al Dios verdadero por Israel como a los demonios por los gentiles, se vendrían al suelo. Pero su testimonio sobre cómo en su tiempo se inmolaban el pan y el cáliz de Cristo es tan claro que no necesita ninguna explicación.

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¿Se imaginan hallándose sumergidos en una poza malholiente y abominable, saturada de basuras, aguas fecales y cadáveres en descomposición?

Con toda certeza, muchos de los que ahora leen esto se habrán planteado cómo huele el infierno. Así pues, en esta ocasión vamos a reproducir un texto de San Anselmo que, tras hablarnos de las tinieblas inacabables del infierno, menciona sus repugnantes olores, hedores nauseabundos y vomitivos que no pueden erradicarse en toda la eternidad.

Pero antes, el santo menciona las tinieblas del infierno. Son tinieblas tan densas que sólo queda un ínfimo resquicio de luz suficiente para observar a los otros condenados y para poder ser atormentado por imágenes espantosas durante toda la eternidad.

Mendo Crisóstomo

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El hedor activo del Infierno

Yacen en las tinieblas exteriores. Pues, acordaos, el fuego del infierno no emite ninguna luz. Así como, al mandato de Dios, el fuego del horno Babilónico perdió su calor, pero no perdió su luz, así, al mando de Dios, el fuego del infierno, mientras retiene la intensidad de su calor, arde eternamente en las tinieblas.

Es una tempestad de tinieblas que nunca más se acaba, de negras llamas y de negra humareda de azufre ardiendo, por entre de las cuales, los cuerpos están amontonados unos sobre los otros sin una brizna de aire.

De todas las plagas con que la tierra de los faraones fue flagelada, una plaga sola, la de la tiniebla, fue llamada como horrible. ¿Cuál es entonces el nombre que debemos dar a las tinieblas del infierno, que han de durar no sólo por tres días, sino por toda la eternidad?

El horror de esta estrecha y negra prisión es aumentado por su tremendo hedor activo.

 

Toda la inmundicia del mundo, todos los amasijos de escorias del mundo, los desperdicios y basuras del mundo...correrán para allá como para una vasta y humeante cloaca

"Toda la inmundicia del mundo, todos los amasijos de escorias del mundo, los desperdicios y basuras del mundo...correrán para allá como para una vasta y humeante cloaca"

Toda la inmundicia del mundo, todos los amasijos de escorias del mundo, los desperdicios y basuras del mundo, nos fue dicho, correrán para allá como para una vasta y humeante cloaca cuando la terrible conflagración del último día haya purgado el mundo.

El azufre también, que arde allá en tan prodigiosa cantidad, llena todo el infierno con su intolerable hedor, y los cuerpos de los condenados, ellos mismos, exhalan una peste tan pestilente que, como dice San Buenaventura, sólo uno de ellos bastaría para infectar todo el mundo.

El propio aire de este mundo, ese elemento puro, se torna fétido e irrespirable cuando queda encerrado largo tiempo. Considerad, entonces, cual debe ser la fetidez del aire del infierno.

«Imaginad un cadáver fétido y pútrido yaciendo descompuesto y podrido en la sepultura, una materia putrefacta de corrupción líquida.Imaginad un cadáver fétido y pútrido yaciendo descompuesto y podrido en la sepultura, una materia putrefacta de corrupción líquida.      Y a continuación imaginad ese hedor malsano multiplicado un millón y más, otro millón de millones sobre millones de carcasas fétidas comprimidas juntas en la tiniebla humeante, una enorme hoguera de podredumbre humana.

Y a continuación imaginad ese hedor malsano multiplicado un millón y más, otro millón de millones sobre millones de carcasas fétidas comprimidas juntas en la tiniebla humeante, una enorme hoguera de podredumbre humana."

Imaginad un cadáver fétido y pútrido yaciendo descompuesto y podrido en la sepultura, una materia putrefacta de corrupción líquida.

Imaginad tal cadáver preso de las llamas, devorado por el fuego del azufre ardiente y emitiendo densos y horrendos humos de nauseante descomposición repugnante. Y a continuación imaginad ese hedor malsano multiplicado un millón y más, otro millón de millones sobre millones de carcasas fétidas comprimidas juntas en la tiniebla humeante, una enorme hoguera de podredumbre humana.

Imaginad todo eso y tendréisuna cierta idea del horror del hedor del infierno.

San Anselmo, Similitudes

DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO (y II)

San Antonio María Claret

No hay alivio

Imaginemos un lugar del infierno donde hay tres malvados.

El primero está sumergido en un lago de fuego sulfúrico; el segundo está encadenado a una gran roca y está siendo atormentado por dos demonios, uno de los cuales constantemente le arroja plomo derretido por su garganta, mientras el otro se lo derrama encima de todo su cuerpo, cubriéndole desde la cabeza a los pies.

El tercer réprobo está siendo torturado por dos serpientes, una de las cuales le envuelve su cuerpo y lo muerde cruelmente, mientras la otra entra a su cuerpo y le ataca el corazón.
Supongamos que Dios se apiada de él y le concede un corto respiro.

El primer hombre, luego de haber pasado mil años, se le remueve del lago y recibe el alivio de tomar agua fría, y luego de pasar una hora es arrojado nuevamente al lago.

El segundo, luego de mil años de tormento, es removido de su lugar y se le permite descansar; pero luego de una hora se le arroja nuevamente al mismo tormento.

El tercero, luego de mil años se ve librado de las serpientes; pero al cabo de una hora de alivio, nuevamente es abusado y atormentado por ellas.

¡Ah, cuán limitada sería esta consolación — sufrir por mil años para descansar sólo por una hora!

Ahora bien, el infierno ni siquiera tiene este alivio. Uno se quema siempre en esas llamas espantosas y nunca recibe ningún alivio en toda la eternidad.

El condenado es mordido y herido con remordimiento, y nunca tendrá un descanso en toda la eternidad.

Siempre sufrirá una sed muy ardiente y nunca recibirá el refresco de un poco de agua en toda la eternidad.

Siempre se verá a sí mismo aborrecido de Dios y nunca podrá recibir la alegría de una simple mirada de ternura de Dios por toda la eternidad.

El condenado se encontrará siempre maldito por el cielo y el infierno, y nunca recibirá un simple gesto de amistad. Es una de las desgracias esenciales del infierno que todo tormento será sin alivio, sin remedio, sin interrupción, sin final, eterno.

La bondad de su misericordia

Ahora ya comprendo en parte, ¡oh mi Dios!, lo que es el infierno.

Es un lugar de tormentos extremos, de desesperanza extrema.

Es donde merezco estar por causa de mis pecados, donde ya estaría confinado por varios años si tu inmensa misericordia no me hubiese librado.

Repetiré mil veces:

El Corazón de Jesús me ha amado, o de lo contrario ¡ahora estaría en el infierno! La misericordia de Jesús ha tenido compasión de mí, porque de lo contrario ¡ahora estaría en el infierno!

La Sangre de Jesús me ha reconciliado con el Padre Celestial, o mi morada sería el infierno. Este es el himno que quisiera cantarte a Ti, mi Dios, por toda la eternidad.
Sí, de ahora en adelante, mi intención es repetir estas palabras tantas veces como momentos pasen desde esa infortunada hora en que te ofendí por primera vez.

¿Cuál ha sido mi gratitud para Dios por la bondadosa misericordia que me ha mostrado?
Él me libró del infierno.

¡Oh, inmensa caridad! ¡Oh, infinita bondad! Después de un beneficio tan grande, ¿no debería darle a Él todo mi corazón y amarlo con el amor del más ardiente serafín? ¿No debería dirigir todas mis acciones hacia Él, y en cada cosa buscar solamente complacer la voluntad divina, aceptando todas las contradicciones con alegría, de manera que pueda devolverle mi amor? ¿Podría hacer algo menos que eso después de una bondad tan grande?

¡Oh, ingratitud, merecedora de otro infierno! ¡Te eché a un lado, Dios mío!

Reaccioné a tu misericordia cometiendo nuevos pecados y ofensas. Sé que he hecho mal, ¡oh, Dios mío!, y me arrepiento con todo mi corazón.

¡Ah, si pudiera derramar un mar de lágrimas por tan ofensiva ingratitud!
Oh Jesús, ten misericordia de mí, pues ahora resuelvo mejor sufrir mil muertes que ofenderte nuevamente.

DESCRIPCIÓN DEL INFIERNO (I)

San Antonio María Claret

Las penas del Infierno

La sensación del los tormentos del infierno es esencialmente terrible.

Figúrate, alma mía, en una noche obscura sobre la cima de una montaña alta. Debajo hay un valle profundo, y la tierra se abre de manera que con tu mirada puedes ver el infierno en su cavidad. Figúratelo como una prisión situada en el centro de la tierra, muchas leguas abajo, toda llena de fuego, encerrado en un recinto de forma tan impenetrable que por toda la eternidad ni siquiera el humo puede escapar. En esta prisión los condenados están tan cerca el uno del otro como ladrillos en un horno. . .

Considera la calidad del fuego en que se queman. Primero, el fuego se extiende por todas partes y tortura la totalidad del cuerpo y del alma.

Una persona condenada yace en el infierno para siempre, en el mismo punto en que fue asignado por la justicia divina, sin ser capaz de moverse, como un prisionero en un cepo. El fuego que lo envuelve totalmente, como un pez en el agua, lo quema en derredor, a su izquierda, a su derecha, arriba y abajo. Su cabeza, su pecho, sus hombros, sus brazos, sus manos y sus pies, están totalmente penetrados con fuego, de manera que él todo se asemeja a una pieza de hierro candente y resplandeciente, que acaba de ser retirado del horno. El techo del recinto en que moran las personas condenadas es de fuego; la comida que come es fuego; la bebida que toma es fuego; el aire que respira es fuego; todo cuanto ve y toca es fuego….

Pero este fuego no está meramente fuera de él; además traspasa a la personal condenada. Penetra su cerebro, sus dientes, su lengua, su garganta, su hígado, sus pulmones, sus intestinos, su vientre, su corazón, sus venas, sus nervios, sus huesos, aún hasta el tuétano, y aún su sangre.

«En el infierno», de acuerdo a San Gregorio Magno, «habrá un fuego que no puede apagarse, un gusano que no muere, un hedor insoportable, una oscuridad que puede sentirse, castigo por azotes de manos salvajes, con todos los presentes desesperados de cualesquier cosa buena.»

Uno de los hechos más terribles es que por el poder divino, este fuego va tan lejos como para actuar sobre las facultades del alma, quemándolas y atormentándolas. Supongamos que yo fuera a encontrarme colocado en el horno de un herrero, de manera que todo mi cuerpo estuviese al aire libre, excepto por un brazo puesto en el fuego, y que Dios fuera a preservar mi vida por mil años en esta posición. ¿No sería esto una tortura inaguantable? ¿Cómo sería entonces el estar completamente penetrado y rodeado de fuego, el cual afecta no sólo un brazo, sino inclusive todas las facultades del alma?

Este fuego es mucho más espantoso de lo que el hombre puede imaginar

En segundo lugar, este fuego es mucho más espantoso de lo que el hombre puede imaginar. El fuego natural que vemos durante esta vida tiene un gran poder para quemar y atormentar. Sin embargo, éste no es ni siquiera una sombra del fuego del infierno. Existen dos razones por las cuales el fuego del infierno es mucho más terrible, más allá de toda comparación, que el fuego de esta vida. La primera razón lo es la justicia de Dios, de la cual el fuego del infierno es un instrumento dirigido a castigar el mal infinito efectuado contra su suprema majestad, que ha sido despreciada por una criatura. Por lo tanto, la justicia suple este elemento con un poder tan ardiente que casi alcanza lo infinito…. La segunda razón lo es la malicia del pecado. Como Dios sabe que el fuego de este mundo no es suficiente para castigar el pecado como éste se merece, Él le ha dado al fuego del infierno un poder tan grande que nunca podrá ser comprendido por la inteligencia humana. — Ahora bien, ¿cuán poderosamente quema este fuego?

El fuego quema tan poderosamente, ¡oh alma mía!, que de acuerdo con los grandes maestros de la ascética, si una mera chispa cayera en una piedra de molino, la reduciría en un momento al polvo. Si cayera en una bola de bronce, la derretiría instantáneamente como si se tratara de cera. Si cayera sobre un lago congelado, lo haría hervir al instante. Hagamos una pausa breve, alma mía, para que contestes algunas preguntas que te haré. Primero, te pregunto: Si un horno especial fuera encendido, como usualmente se hacia para atormentar a los mártires, y entonces algunos hombres colocaran frente a ti todo tipo de bienes que el corazón humano pueda desear, y añadieran la oferta de un reino próspero si todo esto te fuera prometido a cambio de que sólo por media hora te introdujeras en el horno ardiente, ¿qué escogerías hacer? ¡Ni por cien reinos!

«¡Ah!» dirías, «Si me ofrecieras cien reinos nunca sería tan tonto como para aceptar unos términos tan brutales, no importa cuántas cosas grandes me ofrecieran, aún si estuviera seguro de que Dios va a preservar mi vida durante esos momentos de sufrimiento.» El segundo lugar, te pregunto: Si ya estuvieras en posesión de un gran reino y estuvieras nadando en un mar de riqueza, de manera que no carecieras de nada, y fueras atacado por un enemigo, hecho prisionero y encadenado, si fueras obligado a escoger entre perder tu reino o pasar media hora dentro de un horno ardiente, ¿qué escogerías? «¡Ah!», dirías, «¡prefiero pasar toda mi vida en la pobreza extrema y someterme a cualesquier otra injuria y desventura, que sufrir tan grande tormento!»

Una prisión de fuego eterno

Ahora, dirige tus pensamientos de lo temporal a lo eterno. Para evadir el tormento de un horno ardiendo, que duraría sólo media hora, tu sacrificarías cualesquier propiedad, aún las cosas que más te satisfacen, y estarías dispuesto a sufrir cualesquier otra pérdida temporal, no importa cuán pesada pudiera ser. Entonces, ¿por qué no piensas de igual modo cuando tratas los tormentos eternos?

Dios no te amenaza con media hora de suplicio dentro de un horno ardiendo, sino con una prisión de fuego eterno. Para escapar de ella, ¿no deberías renunciar a todo lo que está prohibido por Él, no importa cuán placentero pueda ser, y abrazar alegremente todo cuanto Él ordena, aún si fuera extremadamente desagradable?

Lo más espantoso del infierno es su duración. La persona condenada pierde a Dios y lo pierde para toda la eternidad. Ahora bien, ¿qué es la eternidad? ¡Oh alma mía, hasta ahora ningún ángel ha podido comprender lo que es la eternidad! ¿Como entonces podrás tú comprenderla? Aún así, para formarnos alguna idea de ésta, consideremos las siguientes verdades: La eternidad nunca termina.

Esta es la verdad que ha hecho temblar aún a los más grandes santos. El juicio final vendrá, el mundo será destruido, la tierra se tragará a todos los condenados, y éstos serán arrojados al infierno. Entonces, con su mano todopoderosa, Dios los encerrará para siempre en tan desdichada prisión. Desde entonces, tantos años pasarán como hay hojas en los árboles y las plantas de toda la tierra, tantos miles de años, como hay gotas de agua en todos los mares y ríos de la tierra, tantos años como hay átomos en el aire, como hay granos de arena en todas las costas de todos los mares. Luego, después de que todos estos incontables años pasen, ¿qué será la eternidad? Todavía no será siquiera una centésima parte de ella, o una milésima — nada. Entonces comenzará nuevamente y durará tanto como antes, nuevamente, aún después de que se haya repetido esto miles de veces, y mil millones de veces, nuevamente. Y luego después de un período de tiempo tan largo, ni siquiera habrá pasado la mitad, ni siquiera una centésima parte o una milésima parte, ni siquiera una parte de la eternidad. En todo este tiempo no habrá interrupción en la quema de los condenados, comenzando todo nuevamente. ¡Oh qué misterio profundo! ¡Un terror sobre todos los terrores! ¡Oh eternidad! ¿Quién puede comprenderte?

Las lágrimas de Caín

Supongamos que, en el caso del desdichado Caín, llorando en el infierno sólo derramara cada mil años una lágrima. Ahora, alma mía, recoge tus pensamientos y considera este caso: Por seis mil años, por lo menos, Caín ha estado en el infierno y ha derramado sólo seis lágrimas, que Dios milagrosamente ha preservado. ¿Cuántos años pasarían para que sus lágrimas cubriesen todos los valles de la tierra y que inundaran todas las ciudades, pueblos y villas y todas las montañas como para poder inundar toda la tierra? Entendemos que la distancia de la tierra al sol es de treinta y cuatro millones de leguas. ¿Cuántos años harían falta para que las lágrimas de Caín llenaran ese espacio inmenso? De la tierra al firmamento suponemos que hay una distancia de ciento sesenta millones de leguas.

¡Oh Dios! ¿Qué cantidad de años tendríamos que imaginar serían suficientes para llenar con lágrimas este inmenso espacio? Y aún así — ¡Oh verdad incomprensible! -estad seguros de ello pues Dios no puede mentir- llegaría el tiempo en que las lágrimas de Caín serían suficientes para inundar el mundo, para alcanzar aún el sol, para tocar el firmamento, y llenar todo el espacio entre la tierra y el más alto cielo. Pero eso no es todo. Si Dios secara todas estas lágrimas hasta la última gota, y Caín comenzara otra vez a llorar, él volvería otra vez a llenar la totalidad del espacio y las inundaría mil veces y un millón de veces en sucesión, y luego de todos esos años incontables, ni siquiera habría pasado la mitad de la eternidad, ni siquiera una fracción. Después de todo ese tiempo quemándose en el infierno, los sufrimientos de Caín estarían tan sólo comenzando. La eternidad, en este caso, no tiene alivio. Sería de hecho, una pequeña consolación de muy poco beneficio para las personas condenadas si fueran capaces de recibir un breve respiro cada mil años.