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La versión española de la prestigiosa revista «Scientific American» demuestra el protagonismo científico de la Iglesia Católica

Tras unos meses de letargo por motivos laborales, volvemos nuevamente a la carga para deleitar a nuestros lectores en sus vacaciones estivales con un excelente artículo que echa abajo algunas calumnias vertidas contra la Iglesia Católica.

Una de las excusas que formulan algunos (para no cambiar su miserable existencia en unos casos, por supina incultura en otros y en otros, por último, por afán de obtener ganancias personales) son las acusaciones de «superstición» y de «oscurantismo» de la Iglesia fundada por el Hijo de Dios.

Sin embargo, cualquiera que se moleste en investigar descubrirá lo que veremos a continuación: una introducción hacia algunas de las pruebas que demuestran que, precisamente, los avances científicos, técnicos o tecnológicos son fruto de la protección ejercida siempre por la Iglesia Católica hacia la ciencia y hacia el verdadero progreso.

Hemos tomado un texto del blog del profesor T. Alfaro Drake que en parte, como él mismo señala, se nutre de otros interesantes textos. Su blog contiene gran cantidad de elementos interesantes, pero no recomendamos dicho blog en su integridad por hallarse desviado, -en algunas cuestiones puntuales- por algunos de los errores doctrinales de raíz liberal que hoy están asolando la Iglesia Católica.

Ahora bien, en textos como éste (entre otros), vale la pena detenerse por unos minutos y repasar la realidad histórica de la ciencia y el carácter anti-supersticioso de la Verdadera Religión. Por ello, le añadimos algunos resaltados, imágenes e hipervínculos para facilitar la lectura y comprensión a nuestros lectores y a toda persona intelectualmente honrada y de espíritu justo que se acerque a nuestro blog.

Mendo Crisóstomo

¿Ha sido la Iglesia católica un obstáculo para la ciencia?

Tomás Alfaro Drake

Muchas veces se oye decir y mucha gente lo repite sin saber del todo lo que dice, que el catolicismo fue un freno para la ciencia.

Pues bien, la revista Investigación y Ciencia, versión española de la prestigiosa Scientific American, presenta, en su sección “Libros” del número de Octubre del 2005, la crítica de 5 libros editados en relación con este tema que ponen las cosas en su sitio.

A continuación transcribo dicha crítica.

LIBROS

Revolución científica
Los jesuitas

CATHOLIC PHYSICS. JESUIT NATURAL PHILOSOPHY IN EARLY MODERN GERMANY, por Marcus Hellyer. University of Notre Dame Press; Notre Dame, 2005

THE NEW SCIENCE AND JESUIT SCIENCE: SEVENTEENTH CENTURY PERSPECTIVES. Dirigido por Mordechai Freingold. Kluwer Academic Publishers; Dordrecht, 2003.

“ERGO PERIT COELUM…” DIE SUPERNOVA DER JAHRES 1572 UND DIE ÜBERWINDUNG DER ARISTOTELISCHEN KOSMOLOGIE, por Michael Weinchenhan. Steiner Verlag; Stuttgart, 2004.

SEARCHING THE HEAVENS AND THE EARTH: THE HISTORY OF JESUIT OBSERVATORIES, por Agustín Udías.Kluwer Academic Publishers; Dordrecht, 2003.

FERDINAND VERBIEST, S. J. (1623-1688) AND THE CHINESE HEAVEN, por Noël Golvers. Leuven University Press; Lovaina, 2003.

El afianzamiento y la extensión de la Revolución Científica resultan ininteligibles si ignoramos la labor constante de la Compañía de Jesús. El interés de los jesuitas por las ciencia comenzó desde el momento de la fundación de la Orden por el español Ignacio de Loyola (1491-1556), en 1540, escasos años antes de la aparición de la tríada de tratados que marcaron el rumbo de la Scienza nuova: El de Leonhart Fuchs sobre botánica, el de Nicolás Copérnico sobre astronomía y el de Andrés Vesalio sobre anatomía.
La aportación Jesuítica se sustancia a través de varios factores, unos internos al propio desarrollo de la ciencia (Catholic Physics. Jesuit Natural Philosophy in Early Modern Germany, The New Science and Jesuit Science: Seventeenth Century Perspectives y “Ergo perit coelum…” Die Supernova der Jahres 1572 und die Überwindung der aristotelischen Kosmologie) y otros relacionados con su institucionalización, es decir, con la enseñanza (Catholic Physics) y la creación de observatorios en Occidente y Oriente (Searching the Heavens and the Earth: The History of Jesuit Observatories y Ferdinand Verbiest, S. J. (1623-1688) and the Chinese Heaven). La investigación actual, al sacar al primer plano la aportación de esa guardia pretoriana de la Iglesia, pone sordina al viejo mito de una ciencia moderna deudora del ethos calvinista.

Mérito principalísimo de la Compañía, y exclusivo en su origen, fue el estatuto asignado a la matemática en la nueva filosofía natural.

“No podemos hablar de la matemática de los siglos XVI y XVII sin que aparezca un jesuita en cada rincón”, observaba George Sarton en 1940.

En sus aulas empezó a oírse que el carácter deductivo de la matemática aplicada a la física ofrecía mayor solidez a la argumentación que las inferencias de la física aristotélica; eran demonstrationes potissimae. El aprendizaje de las matemáticas se impuso obligatorio a los jóvenes formandos jesuitas, con particular profundización por parte de los mejor dotados. De cara al exterior, los dos primeros colegios de la Compañía, el de Messina y el de Roma, constituyeron una cátedra donde no sólo se enseñaban aritmética, geometría y álgebra, sino también mathesis applicata (astronomía, mecánica, óptica, acústica, cartografía e ingeniería militar).

Es IMPOSIBLE entender el arranque de las matemáticas modernas sin tener en cuenta al P. Christopher Clavius

De ese par de cátedras, la siciliana y la romana, creadas en el ecuador del siglo XVI, se había pasado a 95 a finales del siglo XVIII, cuando Europa estaba sembrada de colegios y universidades de la Compañía: unos 625 antes de la supresión de la Orden en 1773. El caso particular de Alemania resulta paradigmático. Muchas ciudades germanas entregaron a los jesuitas la regencia de sus centros superiores, que se espejaron en el Collegio Romano, transformado en Universidad desde 1553. Aquí enseñó quien sería la figura clave del arranque de la matemática, Christopher Clavius (1537-1612)

Conocida es la participación de Clavius en la reforma del calendario promovida por el Papa Gregorio XIII en 1582. Sabido es también que Galileo buscó su apoyo. Escribió un manual sobre álgebra y comentó los libros de Euclides y el tratado Sobre la esfera de John Sacrobosco, que se convirtieron en textos canónicos sobre matemática y astronomía. En la última edición, de 1611, de su In Sphaeram Ioanis de Sacrobosco Commentarius, indicaba que, tras los nuevos descubrimientos, incluidos los de Galileo, se imponía una reforma del sistema astronómico. Contribuyó a la redacción de la Ratio studiorum de la Orden, en particular del relieve concedido a la matemática. En ese código legal, pergeñado en 1586 y elaborado definitivamente en 1599, se formalizaban el método y programas de la enseñanza jesuítica.

Christopher Grienberger (1564-1636) sucedió a Clavius en 1612 al frente de la academia de matemática del Collegio Romano. Entrado en la Orden en 1580, fue llamado en 1591 a Roma para auxiliar a Clavius. De raro talento matemático y habilidad manual, introdujo el montaje de ecuatorial del telescopio, observó los satélites de Júpiter y estableció un programa de determinación de las posiciones de las estrellas. Reacio a publicar, omitía siempre su nombre en los textos que redactaba, así como en los instrumentos ópticos y astronómicos por él diseñados y construidos (entre ellos, un telescopio heliotrópico que se montaba simultáneamente sobre dos ejes en torno a los cuales podía girar libremente siguiendo la trayectoria del Sol). El discurso sobre la Nova de 1604 que la historiografía venía atribuyendo a Odo van Maelcote, salió de su pluma.

Se encargó de la censura técnica de las obras matemáticas escritas por autores jesuitas. Solía remitir cálculos minuciosos y correcciones detalladas al autor, para que los incorporara antes de la publicación. En algún caso, como en el intento de Gregory de St. Vincent de cuadrar el círculo, Grienberger aconsejó al Prepósito general que no lo permitiera, porque sus errores dañarían la reputación de la Compañía.

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Resulta interesante por demás su relación con Galileo. Se han trazado incluso paralelismos entre ambas figuras. Más generoso el jesuita, al presentar en 1612 las cartas estelares elogia las observaciones telescópicas del autor de Siderus Nuntius. Dos años más tarde, prestaba su apoyo a los principios hidráulicos de Galileo. Salió en su defensa a propósito de los montes de la Luna y le invitó a frecuentar la sede del Collegio Romano. Con Galileo, en cambio, entró en polémica el jesuita Orazio Grassi (1583-1654) a propósito de la naturaleza de los cometas.

Y discutió también con Christopher Scheiner (1573-1650), profesor, primero en la Universidad de Ingolstadt y, más tarde , en Roma. Observó y estudió las manchas solares. En 1630 Scheiner publicó su Rosa Ursina, primer estudio completo del Sol. A Scheiner le sucedió en Ingolstadt Johann B. Cysat (1588-1667), quien en 1618 observó el paso de un cometa y determinó su trayectoria y posible composición. Descubrió la Nebulosa de Orión y, en 1631, contempló el tránsito de Mercurio a través del Sol.

El Padre Boskovic fue también el autor de otros muchos importantes descubrimientos científicos, útiles todavía hoy

La historia de la ciencia suele detenerse en otros maestros del Collegio Romano. Desde 1638 hasta 1680 enseñó allí matemática Athanasius Kircher (1601-1680), famoso también por sus vastos intereses (jerogíficos egipcios, óptica y magnetismo, entre otros). En 1664 escribió Mundus subterraneus, donde especulaba sobre la naturaleza del interior de la Tierra. Abordaba el origen de los terremotos y volcanes; en su opinión, se formaban por la acción de conductos internos que vehiculaban el fuego del centro de la Tierra. Con Giuseppe Asclepi (1707-1775) y Roger Joseph Boscovic (1711-1787) podemos cerrar el ciclo de maestros del Collegio Romano.

Boscovic adoptó ya la física newtoniana. En su Philosophiae Naturalis Theoria, publicado en 1758, presentó una teoría atómica de la materia en la que los átomos constituían puntos centrales de fuerzas sin dimensiones. En la proximidad de los átomos, las fuerzas alternaban entre la atracción y la repulsión; pero, lejos de ellos, sólo operaban las fuerzas de atracción, de a cuerdo con la ley newtoniana del inverso del cuadrado de la distancia. Fue elegido miembro de la Regia Sociedad de Londres.

Nuevo Clavius fue llamado Giovanni Battista Riccioli (1598-1671), profesor en Parma y Bolonia, autor de un monumental Almagestum Novum. Más extenso que el vetus de Ptolomeo, le supera también en variedad de tmas y forma de presentarlos. El jesuita añade a las cuestiones tratados por el alejandrino en su Sintaxis la instrumentación astronómica, la óptica, la geometría matemática y la cronología. En el prólogo ofrece un resumen somero de la historia de la astronomía, desde sus orígenes bíblicos hasta los griegos, pasando por egipcios, babilonios y caldeos. Pero desde Tales es una historia de la superación de los problemas de un proceso de precisión creciente de los ciclos solares y lunares y los movimientos de los planetas. Pasa revista a los calendarios, tablas y efemérides. Y llega al cambio operado en el siglo XVI, si bien limita el alcance del De Revolutionibus copernicano a la antesala de las tablas Pruténicas.

Aborda la supernova de Tycho (“ERGO PERIT COELUM…” Die Supernova der Jahres 1572 und die Überwindung der aristotelischen Kosmologie), así llamada porque el 11 de Noviembre de 1572, Tycho Brahe descubrió en la constelación de Casiopea una nueva estrella brillante, de luminosidad pareja a la de Júpiter, y a la que consagró el libro De Nova Stella. Era una supernova del tipo Ia que brilló intensamente en el cielo hasta Marzo de 1574. En realidad Tycho no vio una estrella nueva, sino una supernova, es decir, la muerte de una estrella. (Sabido es que las supernovas de tipo Ia son explosiones extremadamente luminosas que pueden contemplarse a través de la mayor parte del universo observable. En nuestro tiempo cobran un interés particular por su determinante papel en las mediciones que revelan la expansión acelerada del universo. Se supone que constituyen los restos de enanas blancas, o restos superdensos de estrellas, que arrastraron material suficiente de una estrella compañera para precipitar una explosión termonuclear.).

La aparición de una nueva estrella visible, novum et ingens sidus, en palabras de Riccioli, así como de numerosos tránsitos en los años subsiguientes, contradecía la teoría vigente, que aunaba la observación y tradición aristotélica sobre un cosmos que se reputaba inmutable desde el momento de su creación. El mundo habría aparecido de una vez por todas, sin que hubiera una trastienda de donde pudieran ir saliendo nuevos cuerpos celestes. Ahora no sólo se trataba de discutir sobre si su presencia superaba la esfera de los planetas, o superaba sólo la esfera de la Luna, aunque permanecía en la esfera de los planetas, o si se encontraba por debajo de la esfera de la Luna. Había que conocer su composición, su naturaleza y la razón de su aparición. En cualquier caso, no podía negarse ya la mutabilidad del firmamento, en contradicción con la cosmología de Aristóteles.


Enciclopédico era también el Cursus mathematicus (1661) del jesuita Kaspar Schott. En 23 libros, comienza con un resumen de todos las ramas de la matemática. Tras exponer los principios de aritmética y geometría, derivados de los seis primeros libros de los Elementos de Euclides, pasa a la trigonometría, para introducirse luego en la astronomía elemental, astronomía teórica, astronomía práctica, astrología, cronografía (medición del tiempo), geografía, hidrografía, horografía (construcción de relojes), mecánica, estática, hidrostática, hidrotécnica (máquinas hidráulicas), óptica, catóptrica (reflexión y espejos), dióptrica (refracción y lentes), arquitectura militar, armonía o música y sinopsis de disciplinas matemáticas.

Junto con la matemática, la segunda aportación sustancial de los jesuitas a la Revolución Científica fue la absorción y difusión de una filosofía natural auxiliada por la instrumentación. En buena parte de Europa, la historia de la filosofía natural, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la Ilustración, fue necesariamente una historia de la filosofía natural jesuita. En sus aulas penetró el conocimiento científico emergente a extramuros de la universidad. Y lo hizo al compás del avance de la revolución. No es lo mismo la filosofía natural de Francisco de Toledo (Commentaria una cum quaestionibus in octo libros Aristotelis de physica auscultatione) y Francisco Suárez (Disputationes metaphysicae), aristotélica, que la ciencia experimental matematizada que se transmite (en las aulas de jesuitas) en vísperas de su extinción canónica (la de la Orden) (Los dos paréntesis anteriores son del profesor T. Alfaro Drake). A lo largo de ese periodo, la noción de filosofía natural no es sinónimo estricto de ciencia, pues abarca muchos capítulos especulativos que hoy consideraríamos a extramuros del concepto de ciencia.

La transición puso a prueba la de filósofos y teólogos de la Compañía que tenían que habérselas, por un lado, con la asunción y dominio de los métodos empíricos y su instrumental asociado, y, por otro, con la refriega dialéctica contra cartesianos y atomistas, para lo que tenían que librarse de una interpretación angosta del aristotelismo. Y empezar a distinguir entre lo probable y lo hipotético. Riccioli consideraba el sistema copernicano como el más simple, elegante y mejor construido, pero hipotético. El término hipotético no tenía entonces su significado actual –explicación provisional que no ha alcanzado todavía el estatuto epistemológico de teoría–, sino que se consideraba un constructo matemático al que podía recurrirse para explicar los fenómenos observados, si bien carecía de realidad física.

Los jesuitas se mostraron unánimes en establecer que el sisema de Tycho sí constituía una tesis: daba cuenta de los fenómenos observados, era conforme con la física y no atentaba contra las Escrituras. Riccioli proponía que sólo Mercurio, Venus y Marte dieran vueltas al Sol. La Tierra permanecería estable en el centro, y en torno a ella girarían la Luna y el Sol y, mucho más alejados, Júpiter y Saturno.

subir imagenA la noción de cambio natural, quicio de la ciencia aristotélica, se agregó el concepto de cambio artificial, que abría la puerta a la física experimental con la introducción de las máquinas y artefactos. En particular, los relacionados con el vacío, desde la invención del tubo de mercurio de Evangelista Torricelli, si bien centrado en la bomba de aire. Aunque originada en Magdeburgo, la bomba se hizo pública en Wurzburgo con la exposición detallada de la misma por Kaspar Schott, un jesuita que había quedado fascinado por su funcionamiento, en 1657. El inventor de la bomba había sido Otto von Guericke (1602-1686), alcalde de Magdeburgo. En un principio era un ingenio muy sencillo, constituido por un receptor de latón redondo de unos treinta centímetros de diámetro, con una pequeña abertura y llave, que podía abrirse o cerrarse. La abertura comunicaba con la bomba, básicamente una jeringa gigante de las empleadas para avivar el fuego. El tubo de latón contenía un pistón y dos válvulas. Estas aseguraban que el aire no volviera al receptor, sino que fuera expelido a la atmósfera cuando se empujara el pistón. Schott no admitía que se obtuviera un vacío absoluto y prefería vincular la bomba con otros ingenios pneumáticos ideados para estudiar el aire atmosférico.

Pero en lo que la ciencia jesuítica iba a destacar por encima de la media, a lo largo de los siglos, sería en la astronomía de observación (Searching the Heavens and the Earth: The History of Jesuit Observatories). Durante los siglos XVII y XVIII la Compañía levantó observatorios astronómicos, geofísicos y meteorológicos por toda Europa.

Antes de la supresión de la Orden, el número de observatorios fundados y dirigidos, rondaban la treintena, la cuarta parte de los existentes. En muchos países los primeros observatorios se establecieron en colegios jesuitas. No sólo en Occidente. Jesuitas fueron los primeros científicos europeos en entrar en contacto con la India y China. Introdujeron allí la astronomía occidental. Dirigieron el Observatorio Imperial de Beijing desde 1644 hasta 1773 (Ferdinand Verbiest, S. J. (1623-1688) and the Chinese Heaven). Todos esos observatorios dejaron de funcionar con la supresión de la Compañía en 1773, o antes con su expulsión de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767). En nuestro país, el observatorio del Colegio Imperial precedió en una año al de la Armada, en San Fernando.

Mas, a diferencia de las instituciones públicas, la labor científica de la Compañía tenía un claro fin último misionero. De hecho, encontraron en la astronomía una ayuda valiosa en su tarea evangelizadora en el Extremo Oriente. Así lo reconocía Ferdinand Verbiest (1623-1688), director del Observatorio de Beijing, en su Astronomia Europaea:

“La sagrada religión hace su entrada oficial en China como una reina hermosa, apoyada en los brazos de la astronomía”.

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Mateo Ricci, S.J.

En 1578, Alessandro Valignano, visitador de las misiones de las Indias Orientales, impulsaba una nueva estrategia de la difusión de la fe, fundada en la adaptación a la cultura local. El cristianismo no podía avanzar por la imposición, sino a través de su inserción en el tejido cultural. Matteo Ricci (1552-1610), formado en el Colegio Romano con Clavius y dotado de una personalidad arrolladora, se presentó, en 1595, vestido con indumentaria china, como profesor occidental. Tras varios años trabajando en el sur de China, llegó en 1600 a Beijing, procedente de Nanjing, donde había visitado el observatorio astronómico y admirado las esferas armilares, globos celestes, gnomones y otros instrumentos astronómicos, trabajados en bronce. Pero comprobó que los astrónomos chinos no sabían manejarlos.

En realidad, se trataba de instrumentos del siglo XIII fabricados por Kuo Shou Ching, quien vivió bajo el reinado del emperador Kublai Khan. En 1607, Ricci, que ya dominaba el idioma, con la colaboración de Hsü Kuang Chi, publicó una traducción china del primer libro de Euclides. Tradujo varios libros de Clavius y escribió varios textos sobre geometría. Levantó el primer mapamundi, ofreciendo la ubicación correcta de China en relación a otros países y las nuevas tierras descubiertas de América. A la muerte de Ricci, su obra fue proseguida por sus hermanos de religión. De modo muy particular por Ferdinand Verbiest, que llegó a Beijing en 1660 y empezó a trabajar en el laboratorio bajo la dirección de Johann Adam Schall von Bell (1592-1666).

Verbiest dirigió el observatorio durante 19 años, emprendió una intensa actividad, preparando el calendario anual, enseñando astronomía europea a los astrónomos chinos y construyendo instrumentos astronómicos en sustitución de los viejos. Escribió más de veinte libros sobre astronomía en chino. Dos de los más importantes, conocidos por sus títulos en latín, son Liber Organicus Astronomiae Europeae (1668) y Astronomia Perpetua Imperatoris Kam Hi (1683). Esta última contenía las efemérides del Sol, la Luna y los planetas, con tablas de los eclipses solares y lunares de 2000 años. Además de sus obras sobre astronomía, escribió también sendos libros sobre el termómetro y el barómetro. Bajo su dirección se construyó una esfera armilar eclíptica, apoyada sobre cuatro cabezas de dragón, una esfera armilar ecuatorial, un globo celeste, un círculo del horizonte para las mediciones del azimut, un cuadrante y un sextante. Todos esos instrumentos se descubren en su obra publicada en 1763 en chino, De Teoría, Usu et fabrica Instrumentorum Astronomicorum et Mechanicorum. El propósito de esos instrumentos, amén de su uso en observaciones astronómicas, era servir de demostración de la superioridad de la astronomía occidental.

Luis Alonso.

Como se ve, los jesuitas supusieron un impulso para la ciencia, desde sus aspectos más abstractos como las matemáticas, hasta la tecnología más practica como el diseño de bombas de vacío. Y no sólo en los siglos XVI, XVII y XVIII brillaron, ni tampoco fueron sólo los jesuitas, ni brillaron sólo en las ciencias de la naturaleza. En épocas actuales, yo he asistido a conferencias del P. Dou, ilustre matemático, a las que acudían a escucharle muchos catedráticos y profesores universitarios de esa disciplina, he tenido la suerte de tener como profesor al P. Martín Artajo, inventor de un motor de explosión rotativo, antecesor del Wankel, que, si no ha tenido éxito comercial, ha sido por los interesas creados de la industria automovilística en los motores de pistones. Conozco al P. Carreiras, astrónomo de primera línea, que ha desarrollado su carrera en Estados Unidos y que ha inventado aparatos de observación astronómica que se usan hoy en día en todo el mundo. Entre los no jesuitas, o en otras ramas de la ciencia puedo citar, a bote pronto, al P. Georges Lemaître (1894-1966), sacerdote secular y padre de la teoría de la expansión del universo, que dio paso al Big Bang, al agustino Gregor Mendel (1822-1884), padre de la genética, al benedictino Dom Pierre Perignon (1639-1715), inventor del champagne o al franciscano Lucca Pazzoli, que ideó la contabilidad por partida doble, convirtiendo a los comerciantes y banqueros italianos en los líderes de Europa

A la vista de todo esto, atribuir a la Iglesia el carácter de retardataria del progreso científico, parece un simple despropósito. Más bien parece que los cuarenta y un años (1773-1814) de supresión de los jesuitas, más los de las dificultades de la reorganización, supusieron un claro frenazo en el desarrollo científico de los países católicos, en los que más firmemente estaban implantados.

(los comentarios en cursiva son de T. Alfaro Drake)

El globo cometario de Vincenzo Coronelli (Extractos)
Por Wilhelm Seggewis
Investigación y Ciencia Marzo 2006

La ciudad alemana de Tréveris (Trier, en el estado de Renania-Palatinado) posee una magnífica pareja de globos, uno terrestre y otro celeste, expuestos en una sala de su Biblioteca Municipal. El diámetro de ambos globos es de 108 cm.; la altura total, con sus pedestales, monturas y anillos con las escalas, llega casi a los dos metros. El creador de estos globos fue un franciscano de Venecia, Vincenzo Coronelli.

La agitada vida de su constructor
De orígenes modestos, Vincenzo Coronelli (1650-1718) ingresó a los quince años en la Orden de los Hermanos Menores en Venecia, su ciudad natal. Con dieciséis publicaba su primera obra, el Calendario perpetuo sacro-profano. Estudió en Roma y allí obtuvo el grado de doctor en teología. En 1678 se dirigió a Parma, donde construyó para el duque Farnesio una pareja de globos, hoy en día por desgracia desaparecida, también uno terrestre y otro celeste.

El cardenal César D’Estrées, canciller de la corte francesa, quedó tan impresionado al verlos que llamó a Coronelli a Versalles para que construyese allí otros dos para el Rey Sol, Luis XIV. Tres años tardó en crear un par de globos descomunales, de casi 4 metros de diámetro. Podía entrarse en su interior, donde cabían hasta 30 personas; en el celeste, habrían podido contemplar el cielo casi como si de un planetario se tratase. Nunca se los expondría en Versalles, sino en otra residencia real, la de Marly. Tras diversos avatares estuvieron almacenados durante veintitantos años, salvo exposiciones esporádicas, en la Ciudad de la Ciencia de la Villette, en París; Ahora se encuentran en la biblioteca Georges Pompidou, también en París.

Tras este éxito, comenzó para Vincenzo una incansable vida de geógrafo, astrónomo, editor e ingeniero. Recorrió Europa varias veces y se mantuvo en estrecho contacto con los príncipes y los científicos más importantes de su tiempo: Leopoldo I y Carlos VI en Viena, Guillermo III en Londres y el Bey de Túnez, a quien debió regalar globos a cambio de que liberase a unos esclavos. En 1696, se relacionó con el Príncipe Elector de Tréveris, el obispo Juan Hugo de Orsbeck.

Coronelli fue nombrado cosmógrafo de Venecia, donde desempeñó múltiples cometidos. Allí dio a grabar y a publicar un atlas de grandes dimensiones, el Atlante veneto, con el material geográfico que había recogido a lo largo de sus viajes. En 1684 fundó la primera sociedad geográfica de alcance internacional, la Accademia geografica degli Argonauti. Además, editó una enciclopedia monumental, la Biblioteca universale sacro-profana.

Sólo vieron la luz siete de los cincuenta volúmenes planeados; bastó para que Coronelli se erigiera en modelo de los enciclopedistas franceses. También construyó máquinas hidráulicas y se especializó en la regulación de cuces fluviales y la construcción de canales. El emperador Carlos VI le llamó a Viena en 1717 en el marco del plan de canalización del Danubio. Sin embargo, Coronelli, que murió en 1718, no pudo llevar a cabo sus proyectos para el territorio danubiano.

Pero, por encima de todo, Vincenzo Coronelli era constructor de globos. Expuso los fundamentos del arte en Epitome cosmografica o compendiosa introdutione all’a astronomía, geografia & idrografia, obra de unas 500 páginas dedicadas al emperador Leopoldo I. Esta combinación grandiosa constituía una introducción a la astronomía y a la geografía, amén de manual de referencia de ambas ciencias y guía para la construcción de globos. Se reedito varias veces, corregida. Coronelli produjo además cinco series de globos de distintas dimensiones: desde las 2 pulgadas de diámetro (tan sólo 5 cm.) a 3 pulgadas y un tercio (8.5 cm.), 6 pulgadas (15 cm.), 1 pie y medio (48 cm.) y 3 pies y medio (aproximadamente 108 cm). Confió la distribución a representantes de distintas partes de Europa. En alemania su agente fue Matteo Alberti (1646-1737), aristócrata veneciano establecido en Düsseldorf, donde ejercía también como arquitecto de Juan Guillermo, Príncipe Elector del Palatinado y duque de Jülich y Berg (1658-1716).

El artículo continúa con una prolija descripción de los globos de Tréveris, de la que cabe reseñar algunas cuestiones importantes:

-Coronelli recoge en su globo 19 constelaciones del hemisferio sur, desconocidas hasta unos años antes:

-En esa época empezaba a conocerse el hemisferio sur celeste. Coronelli bebió de las relaciones del navegante holandés Frederik Houtman (1571-1627) y del joven Edmond Halley (1656-1742).

El cometa Halley, conocido gracias a la Cristiandad

-Pero quizá lo más importante sea la contribución de Coronelli al descubrimiento de Halley de que los cometas tenían órbitas elípticas, en vez de hiperbólicas o parabólicas, y pertenecían, por tanto, al sistema solar.

El cometa Halley figura tres veces. La primera corresponde a las observaciones de Pedro Apiano (1495-1552) del año 1531. […] A continuación están las observaciones de Kepler de septiembre de 1607. […] Finalmente se representa la aparición del cometa en 1682 conforme a las observaciones de Ciampini. […]

Pero la trayectoria más espectacular de las que aparecen en el globo es la del cometa de 1680-81 (No es el Halley, que aparecería un año más tarde), que adquirió especial protagonismo cuando Georg Samuel Dörfel (1643-1688) le calculó una trayectoria parabólica; 25 años después, Edmond Halley (1656-1742) descubría la trayectoria elíptica de “su” cometa y encuadraba a los cometas en el sistema solar.

Según la ley de la gravitación universal que Newton publicó en 1687 en sus Philosophia Naturalis Principia Matemática, un cuerpo que viniese del espacio exterior, pasase alrededor del sol y volviese a escapar, tendría una trayectoria hiperbólica. Eso se creía de los cometas. Por eso no se identificaban como el mismo cometa las sucesivas apariciones de uno. Georg Samuel Dörfel, calculó una órbita parabólica. Pero esta es la trayectoria de una bala de cañón sobre una tierra plana, cosa casi exactamente cierta para el alcance de una bala de cañón. Por lo tanto esta trayectoria sumió a los astrónomos en el desconcierto. Entonces Halley calculó la trayectoria de “su” cometa y vio que era elíptica. Esta es la trayectoria de un astro que gira alrededor del Sol, como los planetas. Pero la de los planetas es casi circular (sólo en un caso extrañísimo sería exactamente circular), mientras que la del cometa era muy excéntrica, lo que indicaba que venía de muy lejos del Sol, pasaba cerca y volvía a alejarse para volver a “caer” hacia el Sol periódicamente. Halley calculó la trayectoria elíptica y el periodo de la órbita. De ahí dedujo todas las anteriores apariciones del mismo cometa, al que se llamó Halley en su honor. ¿Cuántos años se hubiera retrasado este halazgo sin Coronelli? Pero hay más:

El 1 de Febrero de 2002, Kaoru Ikeya, de Japón y Daking Zhang de China, descubrieron en la constelación de la ballena, (Cetus) un cometa que pronto se convertiría en la aparición celeste más espectacular desde el cometa Hale-Bopp en 1997. La trayectoria de su “C 2002 C1” […]. Distintos cálculos condujeron a un periodo de revolución de 340 años y con ello al cometa 1661 C1, a los bibliotecarios de Tréveris y a su globo celeste.

En el globo de Coronelli el cometa estaba situado en la constelación de Pegaso […] del 3 de febrero al 28 de marzo. Coincide exactamente con las fechas entre las cuales el comerciante y regidor de Danzing, Johanes Helvelius (1611-1687) siguió al cometa, determinó su posición y dibujó los cambios que iba experimentando la cola […] Edmond Halley, y luego, en 1785, P.F.A. Méchain sólo pudieron ajustar los datos de que disponían a una trayectoria parabólica. No bastaban los viejos valores para la determinación de una trayectoria elíptica. […] Pero con los nuevos valores se determinó la trayectoria elíptica y el valor del periodo de 340 años que se ha dicho antes.

Así pues, Coronelli, otro franciscano con una importante aportación a la ciencia. (N. de T. Alfaro Drake)

Sección “Libros” Investigación y Ciencia Marzo 2006:

GALILEO GALILEI. LE MECANICHE. Edizione critica e saggio introduttivo di Romano Gatto. Leo S. Olschki Editore; Florencia, 2002.

DOMINGO DE SOTO AND THE EARLY GALILEO, por William A. Wallace. Ashgate; Aldeshot 2004.

THE RECEPTION OF THE GALILEAN SCIENCIE OF MOTION IN SEVENTEENTH CENTURY EUROPE. Dirigido por Carla Rita Palmerino y J.M.M.H. Thijssen. Kluwer Academic Publishers; Dordrecht, 2004.

RETRYING GALILEO, 1633-1992, POR Maurice A. Finocchiaro. University of California Press. Berkeley/Los Ángeles, 2005.

[…]

en puridad histórica, la ley de Galileo sobre el movimiento de caída libre, que establece que el espacio recorrido por un cuerpo descendente es proporcional al cuadrado del tiempo invertido en ese camino y constituye una de las primeras leyes matemáticas empíricamente verificables de la naturaleza, no encontró ni inmediata ni universal aprobación.

Aunque publicada en 1638, esa ley del movimiento aparece ya en los manuscritos galileanos fechados en un momento inmediatamente posterior a 1604. Pero la había establecido decenios antes Domingo de Soto (Domingo de Soto and the early Galileo). ¿La tomó Galileo de este fraile dominico español? ¿Y quien era Soto? Nacido en Segovia en 1494, empezó su formación filosófica en la Universidad de Alcalá. Tras obtener el título de bachiller en 1516, se trasladó al colegio parisiense de Santa Bárbara, donde bajo la tutoría de Juan de Celaya, se familiarizó con la física terminista allí en boga. En París se relacionó con John Major, nominalista, y con Francisco de Vitoria, tomista. Volvió a Alcalá en 1519, en cuyo colegio de San Ildefonso, enseñó filosofía hasta 1524, cuando decidió ingresar en la Orden de Predicadores (Dominicos).

Soto estableció que el movimiento de caída libre era un movimiento uniformiter difformis (uniformemente acelerado) con respecto al tiempo en 1551, en sus cuestiones disciplinares sobre el libro séptimo de los Físicos de Aristóteles. Semejante introducción, de soslayo y de forma imprevisible, entraña lo que Alexander Koyré denominó el “enigma de Domingo de Soto”, convenientemente descifrado por William A. Wallace en numerosos trabajos. Hasta entonces, la expresión se reservaba para designar constructos lógicos, sin referencia con el mundo físico; se empleaba también para aludir a una doble “deformidad” o falta de uniformidad, a saber, respecto al espacio y respecto al tiempo. Wallace ha buceado en la posibilidad de que Soto hubiera sometido a contrastación experimental su hallazgo pionero.

[…]

El sacerdote dominico Fray Domingo de Soto (y no Newton ni Galileo), verdadero responsable del conocimiento de la ley de la gravedad

A diferencia de Descartes, quien, acabamos de decirlo, consideraba la teoría de la teoría galileana del movimiento una abstracción matemática, sin correlación directa con el comportamiento real de los cuerpos, Pierre Gassendi (sacerdote diocesano francés, 1592-1655) no cuestionó nunca la validez de esta teoría. Más aún, se empeñó en dar una explicación causal de la gravedad.

En Octubre de 1640, abandona el puerto de Marsella en un trirreme para realizar, en mar abierto, un experimento que Galileo había descrito, sin llevarlo a la práctica, en el Dialogo supra i due massimi sistemi. Gassendi confirmaba la hipótesis: una bola caída desde la cabeza del mástil de una embarcación aterrizaba exactamente en el pie del mástil. En la leyenda tejida alrededor del mito Galileo , este experimento se le atribuye a él, lo mismo que el de lanzar una bola de hierro y otra de madera desde la torre de Pisa para comprobar que ambas caían al mismo tiempo.

No realizó ninguna de las dos. El del mástil del barco lo llevó a cabo un sacerdote francés que creía en Galileo más que Descartes, el padre del racionalismo. Se trataba de una observación preñada de importantes implicaciones, porque refutaba uno de los principales argumentos contra el movimiento diurno de la Tierra. Los partidarios de la cosmología de Ptolomeo y los de Tycho Brahe proponían que la bola caería sobre la cubierta a cierta distancia del mástil; por tanto, en una Tierra en rotación un objeto caído desde lo alto de una torre no daría en la base de ésta.

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Pierre Gassendi, sacerdote diocesano

Gassendi expuso su visión del pensamiento de Galileo en unas cartas publicadas en latín entre 1642 y 1646. Una de las principales novedades introducidas en sus Epistolae era la identifiación con la gravedad con la fuerza de la tierra, la vis attrahens. Ese reconocimiento de la naturaleza externa de la gravedad le permitió introducir, en las Epistolae de motu impresso a motore translato (1642), un enunciado correcto del principio de inercia rectilínea, una tesis hoy muy controvertida. En las Epistolae de proportione qua gravia decidenta accelerantur (1646), aporta la explicación física y el análisis matemático de las Epistolae de motu. Gassendi influyó en Thomas Hobbes, quien, en De corpore (1655), defiende una versión modificada de la tesis del movimiento de caída libre por atracción terrestre.


EL RÉGIMEN POLÍTICO-SOCIAL DE LA LIBERTAD Y DE LA JUSTICIA: EL RÉGIMEN DE CRISTIANDAD

Por Mendo Crisóstomo

Incluso Kropotkin, enemigo de toda religiosidad, reconoce en sus análisis la dicha y bienestar existentes en el Antiguo Régimen, pese a las leyendas liberales

Nunca el ser humano gozó de tanta libertad y bienestar efectivos como durante el Régimen de Cristiandad; incluso el importante teórico anarquista Kropotkin (1), que nada tenía de católico, no tuvo más remedio que afirmar tajantemente que cuanto más investigaba, más claro le quedaba que el trabajador y el artesano jamás habían tenido iguales niveles de dicha y bienestar que los que tuvieron en la Civitas Christiana.

¿Dónde tiene su origen tal régimen de Cristiandad? En la aplicación práctica de unos principios basados en la observación natural de la realidad por parte de teóricos como Isócrates o Aristóteles y perfeccionados por la doctrina cristiana gracias la labor de sistematización operada por los Padres de la Iglesia, que, continuando la labor de los Apóstoles, buscan construir lo que llama San Agustín Civitas Dei (“la Ciudad de Dios”).
Éstos liman algunos defectos propios de teorizaciones y aplicaciones prácticas de los paganos y asumen y perfeccionan, en cambio, los elementos enderezados a construir una sociedad desde su base, con una brillante organización de los cuerpos intermedios de la sociedad.

La Revelación dada por Jesucristo a sus Apóstoles fue sistematizada por los Padres de la Iglesia mediante los principios hallados por los grandes genios de la Antigua Grecia. Tiene origen así la única sociedad libre y justa posible:"El Reinado Social de Cristo" o "Ciudad de Dios"

Posteriormente, Santo Tomás de Aquino hizo un pequeño resumen teórico en su obra De Regimine Principum.

Pero, ¡atención! esta obra no teoriza sobre ninguna utopía, como hacen los ideólogos, que hablan de “cambiar el mundo” e inventan mundos ficticios en sus obras políticas y, sin embargo, a la postre, siempre y en todo lugar se han demostrado fracasados y traicioneros en la práctica, por no basarse en la realidad sino en especulaciones mentales ficticias.

Todas las idelogías, artificiales y utópicas siempre, siempre se han demostrado, cuanto menos, fracasadas, cuando no traicioneras, criminales y asesinas en la práctica

Santo Tomás de Aquino, en cambio, al escribir esa obra, no hacía más que constatar una realidad, como fruto de la observación; aunque es cierto que esa realidad se llevará a cabo de manera aún más perfecta posteriormente: en las Españas.

En el Régimen de Cristiandad, la sociedad se ordena, pues, a la manera natural; es decir, respetando el principio de subsidiariedad, estructurando el cuerpo social en entidades sociales que gozan de autarquía y autonomía propias, reguladas por los fueros, que refuerzan las verdaderas libertades de los individuos, con independencia de la autoridad política central.

Los diferentes cuerpos sociales se rigen a sí mismos por representantes elegidos libre y directamente por los miembros de cada uno de los gremios e instituciones sociales, y no con representación puramente subjetiva y mandato artificial representativo, como sucede en el liberalismo, sino con representación objetiva y mandato imperativo:

En la Civitas Christiana, que no es ninguna utopía ideológica sino un régimen que verdaderamente existió y fue eficaz, el poder central está limitado por la autoridad de la Tradición, mediante un triple sistema:
1) Ético (por la Ley Natural).

2) jurídico-foral (por principio de subsidiariedad, imposiciones de los cuerpos sociales)

3) jurídico constitucional (que son las limitaciones legales que el pueblo -y no una comisión de políticos- haya querido imponer e imponga al poder central en el ejercicio de la soberanía política).

El Reinado Social de Cristo, que no es ninguna utopía, fue el único que fue eficaz en los últimos 2000 años, y el único que salvaguardó de tiranías y absolutismos. No como las utopías inventadas por el Sistema actual

Éste es el único sistema que ha funcionado.

Un modelo de este tipo es imposible que derive al totalitarismo o al absolutismo, puesto que el poder supremo o soberanía política está limitado y controlado por un sistema de triple control, más potente y decisivo que el de la supuesta división de poderes.

A lo largo de los siglos, desde el Bajo Imperio Romano hasta la Baja Edad Media, esta realidad, que habían reconocido incluso teóricos ya revolucionarios como Kropotkin ―o el propio judío llamado Karl Marx(2)―, se va perfeccionando en todo el continente europeo:

Se respeta el principio de subsidiariedad, el poder económico se halla absolutamente al servicio del poder social y político y, por último, la potestad se encuentra dividida en soberanía social y soberanía política.
Están limitadas una por la otra y ambas, a su vez, limitadas por la autoridad de la Ley Natural, la autoridad de las tradiciones consuetudinarias y la de la Tradición Católica.

Fue en las Españas donde este sistema cuajó de modo más perfecto. Y el saberse soldados de Cristo impulsó a los hijos de las Españas a recorrer todo el planeta: No sólo por la salvación de las almas y mayor gloria de Dios, sino por mostrar al resto de los pueblos la dicha y excelencia del único régimen natural: el Régimen inspirado en las enseñanzas de Cristo, en la Tradición

Tal ordenamiento político-social tuvo su escenario más logrado en las Españas, que consiguientemente nunca se llamaron a sí mismas “Imperio Español” como erróneamente quieren hacer ver las leyendas románticas y las deformaciones históricas del Sistema; ese conjunto de las Españas fue destruido por invenciones teóricas y tiránicas como el nacionalismo español o los nacionalismos periféricos (fundamentalmente los antihistóricos vasco y catalán), fanáticos defensores del Estado.

Y, actualmente, el Antiguo Régimen de las Españas continúa siendo calumniado con numerosas mentiras y leyendas negras, como si hubiese sido un sistema cuasi-totalitario donde el pueblo vivía esclavizado por el rey, la nobleza y la Iglesia.

el trabajador y el artesano jamás habían tenido, ni tendrán, iguales niveles de dicha y bienestar que los que tienen en la "Civitas Christiana"

En efecto, al llegar el Cristianismo, las libertades civiles comienzan a la sazón a cobrar vida y vigor a través de una participación real, basada en organismos naturales que se articulan en una sociedad conforme a normas consuetudinarias que surgen progresivamente y tomando como punto de partida siempre lo anterior, y siempre sin reñir con los preceptos evangélicos de Jesucristo y de la ley natural.

No había un “Estado” en el sentido moderno del término.(3)

No existía el Estado, esa gran bestia que engatusa a los tontos, a los incautos y a los frívolos con su palabrería, con su “pan y circo” y que, en la práctica, tiraniza a la sociedad negándole su libertad natural para acapararla en manos de una oligarquía plutocrática.

Notas:
(1) KROPOTKIN, P., El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, Madrid, 1978.

(2) Pseudónimo de Ysidor Mardochai Levy

(3) Y por tanto, por ejemplo, no se pagaban impuestos

LA VERDADERA HISTORIA POLÍTICA DE LA CRISTIANDAD Y EL MITO MODERNO DE LOS TRES PODERES

Por Mendo Crisóstomo

Todos conocemos la leyenda negra creada por las plumas conservadoras y burgués-capitalistas-caciquiles y por sus correlatos demagogos de izquierda acerca de la Cristiandad.

Desde que el Cristianismo tomó las riendas de la sociedad, fue instituyéndose un sistema natural, basado en el libre albedrío, la caridad y la justicia

Desde que el Cristianismo tomó las riendas de la sociedad, fue instituyéndose un sistema natural, basado en el libre albedrío, la caridad y la justicia

Todos ellos, embriagados  de dialéctica hegeliana y envenenados por diversas ideologías, no cejan en su empeño de calumniar y mentir acerca de lo injusta, inmovilista, explotadora, tiránica que fue la Cristiandad político-social hasta la revolución y la moderna aparición del Estado, mal llamado “de derecho”.

Ahora bien, cualquiera que se acerque sin prejuicios a las fuentes constatará, sin gran esfuerzo, que desde que el Cristianismo tomó en la Antigüedad Tardía las riendas de la sociedad y especialmente una vez que hubo conseguido la conversión de todos a la verdadera religión en cada territorio, entonces fue instituyéndose de forma eficaz el Régimen de Cristiandad; esto es: según la caridad y justicia cristianas y según el libre albedrío y no según el “libre examen” que después introducirá ese monje maldito que fue Martín Lutero y sobre el cual se sustentará después el liberalismo en todas sus formas.

La Sociedad Cristiana se basará, simplemente, en aplicar a la experiencia las leyes naturales y la Tradición recibida de los antepasados (de tradere, entregar): no en ideologías ni en imposiciones hechas desde arriba por parte de un grupo de visionarios y de una ficción política como es actualmente el “Estado”.

La demagógica clase política, con sus firmes apoyos financieros y propagandísticos, adormila a una sociedad anestesiada y aburguesada por los vicios y vanos placeres

La demagógica clase política, con sus firmes apoyos financieros y propagandísticos, adormila a una sociedad anestesiada y aburguesada por los vicios y vanos placeres

Aquellos felices tiempos nada tenían que ver —como decimos— con las leyendas negras inventadas por diversos elementos de las clases acomodadas que fueron quienes inventaron el Estado Moderno.

El Estado Moderno y su democracia crearon una nueva casta, la “clase política”, que con su aparato propagandístico y sus apoyos financieros adormila a una sociedad colmada de numerosas comodidades y placeres efímeros que intentan camuflar cómo todos esos “individuos” viven, en realidad, arrollados por la burocracia y por el afán de regularlo todo, ¡y que persigue al disidente con una feroz policía!; y todos se asfixian con unos terribles impuestos ante los cuales sólo es posible bajar la cabeza.

La sangrienta Revolución fue la responsable de la aparición del Estado

La sangrienta Revolución fue la responsable de la aparición del Estado y de la absorción de la soberanía social por parte de la soberanía política

En cambio, los tiempos en que regía la Ciudad de Dios, eran tiempos en que la soberanía se hallaba verdaderamente dividida, y no dividida artificialmente como ahora mediante un Estado opresor con un gran aparato propagandístico. Desde Aristóteles hasta la Segunda Escolástica, pasando por San Juan Crisóstomo o por Santo Tomás de Aquino, se tuvo bien claro que:

1)      En la soberanía es preciso distinguir entre un poder social y un poder político. Ambos se limitan entre sí y ambos, a su vez, se hallan limitados por la Tradición y por la Ley Natural.

2)      El poder central no tiene ningún derecho de supremacía sobre la sociedad.

En cambio, la Revolución creó el Estado, cuya aparición supuso el cumplimiento de unas expectativas francamente totalitarias (que presumen de ser antiabsolutistas y antitotalitarias cuando en realidad son todo lo contrario) previstas por Marsilio de Padua, Hobbes, Bodino o Rousseau, que tienen sus antecedentes en los engaños de los antiguos sofistas.

Aquellos procaces visionarios (Bodino, Hobbes, Rousseau y Locke) son los responsables teóricos de la aparición del fraudulento sistema totalitario y artificial de la Democracia Liberal

Estos visionarios, personas muy pagadas de sí mismas y alejadas de una interpretación realista de la política y fundamentados en constructos “de laboratorio”, quisieron establecer una sola soberanía: la soberanía política del poder central, desvinculada de todo posible poder externo que la limite, absorbiendo radicalmente a la soberanía social y aplastando todo orden natural.

Además, con la Revolución liberal, la política se desvincula de la ley natural y de toda constitución histórica de la sociedad. Así aparece el Estado, que conquista la supremacía absoluta por encima de cualquier otra entidad.

Los teóricos liberales se inventan entonces la ficción de los tres poderes, una ficción inexistente y profundamente totalitaria porque:

1)      Esos tres poderes los acapara esa gran bestia tiránica que es el Estado.

2)      El Estado no tiene en cuenta ninguna limitación: ni ético-moral, ni jurídico-foral, ni jurídico constitucional.

Con los planteamientos defendidos por Bodino, el Estado se hace a sí mismo única fuente del derecho y usurpa el derecho al pueblo. El Estado se convierte en solutus legibus, esto es:

Él mismo crea leyes, él mismo ejecuta esas leyes y él mismo juzga a quienes no cumplen esas leyes.

Pero, ¿acaso los individuos que conforman el cuerpo social son tenidos en cuenta a la hora de crear esas leyes? No.

Resultado del proceso es ese Gran Leviatán, estado totalitario camuflado con la palabrería de libertad e igualdad, pero que aplasta la idiosincrasia e impide a los hombres cubrir sus necesidades particulares

Resultado del proceso es ese "Gran Leviatán", estado totalitario camuflado con la palabrería de libertad e igualdad, pero que aplasta la idiosincrasia e impide a los hombres cubrir sus necesidades particulares

A diferencia del sistema tradicional, desde entonces ha sido aquí una misma bestia quien ha impuesto a todos unas leyes y quien sigue persiguiendo a quien no las cumple. Apareció así el “Gran Leviatán” de Hobbes, que inventó un imaginario pacto al que todos los individuos llegan, renunciando a su libertad por el temor a una muerte violenta y por su egoísmo utilitarista y creando un “poder común”.

Así, todo y todos quedan sujetos a ese “poder común”: sólo ese poder común de oligarcas podrá legislar y sólo él será quien determine lo justo y lo injusto.

Locke vino a completar esos delirios de Hobbes o Bodino al inventar una nueva ficción: la teoría de la división de poderes.

Ahora bien: tal división es absurda porque, en tales concepciones supremacistas estatistas y esencialmente antinaturales, esos tres poderes están acaparados por el Estado.

La división de trs poderes es utópica e inexistente, pues el Estado arrebata su soberanía a los cuerpos sociales y además acapara los poderes en la misma cúpula burocrática del sistema

La división de tres poderes es utópica e inexistente, pues el Estado arrebata su soberanía a los cuerpos sociales y además acapara los poderes en la misma cúpula burocrática del sistema

Así pues, el Estado arrebata a los cuerpos sociales su soberanía social, la fusiona con la soberanía política y después divide en fragmentos (los supuestos tres poderes) para oponerlos unos a otros; de este modo, un límite que debería estar fuera, lo buscan dentro.

Así que no existen esos tres poderes, sino que son una ficción que intenta esconder una realidad: la Bestia del Estado acaparando todo el poder.

Después apareció Rousseau con su solemne sandez de la “bondad natural del hombre”, redundando en lo anterior y exaltando el Estado y diciendo que la sociedad corrompe al hombre. Ese envanecido tipejo era tan contradictorio que, para encajar sus ficciones en unas nociones erradas y contradictorias de libertad, llegó a defender con su palabrería el absurdo de que el Estado “obligue a cada individuo a ser libre”. Entonces, algo tan vago como la “voluntad general”, erigida en un Estado (artificial, nuevamente y, en la misma línea de sus predecesores), se convierte en fuente de todo derecho, sin tener en cuenta la necesaria autogestión de los distintos individuos, instituciones y cuerpos sociales y aplastando la idiosincrasia y necesidades particulares de todos los hombres, que deben cubrirse para que la sociedad sea verdaderamente libre y justa.

En el Régimen de Cristiandad, TODO PODER se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.

En el Régimen de Cristiandad, TODO PODER se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.

¡Qué diferente de estas falsificaciones modernas es la clásica sociedad cristiana! ¡Y qué realista! ¡Y qué conocimiento tan profundo del hombre y de las fecundas posibilidades de la política y de lo social!

En el Régimen de Cristiandad, la suprema auctoritas implicaba que todo poder (incluso el poder político central) se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.
Eso fue lo que intentaron abolir Rousseau, Hobbes y otros; y la Revolución lo consiguió. Como no podía ser de otro modo, al conseguir esto, lo que consiguieron fue aplastar toda posibilidad de sociedad libre, naturalmente jerarquizada, justa y equitativa.

Los liberales, en efecto, ejecutaron sangrienta y totalitariamente esa revolución antinatural y filosóficamente anticristiana; una vez llevada a cabo tan mortífera revolución, fusionaron todas esas ideologizaciones que idolatran al Estado y las aderezaron con esa funesta invención de la libertad, igualdad y fraternidad, que no son sino un constructo ideológico de palabras vacías enderezado a engañar a los tontos.

Con el liberalismo y el positivismo jurídico que le es inherente, existen unos “poderes” legislativo y ejecutivo acaparados por la tiranía de un gabinete de políticos; y se crea un pretendido ‘poder judicial’ que no es más que  un artefacto artificial de control social, en que la ley, expresión de la voluntad del poder totalitario del Estado liberal, absorbe al Derecho y todo lo puede.

Los límites de esta legalidad soberana no están puestos desde afuera del Estado (principio de subsidiariedad, naturaleza humana, naturaleza de las cosas, ley natural, la espontaneidad de la vida social, etc.), sino desde el Estado mismo, cuyo criterio en definitiva será esa misma soberanía estatal.

Con el Estado liberal, os poderes se ven en manos de las oligarquías de politicastros, siervos del más absoluto positivismo jurídico

Con el Estado liberal, los poderes se ven en manos de las oligarquías de politicastros, siervos del más absoluto positivismo jurídico

 

¿Hasta cuándo habrá que soportar la vigencia de ese mito de los tres poderes?

¿Cuándo las gentes honradas se pondrán en marcha de verdad para restablecer la necesaria autonomía de la soberanía social respecto de la soberanía política?

¿Cuándo se satisfará la urgente necesidad de reconstruir la sociedad natural, sociedad construida desde su base?

 

No. La civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la Civilización Cristiana, es la Ciudad Católica. San Pío X

"No. La civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la Civilización Cristiana, es la Ciudad Católica." San Pío X

“No, la civilización no está por inventar ni la «ciudad» nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo

Papa San Pío X