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Nuestros lectores saben que uno de los afanes de nuestro blog es recordar o dar a conocer la verdad histórica. Uno de los fraudes contra ella es la leyenda que quiere hacer aparecer la Cristiandad como un modelo de Régimen que le cerraba las puertas a las mujeres. En cambio, el Sistema en que vivimos, gobernado por políticos y banqueros muy altruistas, defendido en el exterior por ejércitos que van repartiendo la paz en el mundo e internamente por una policía que reparte caramelos a los que protestan, les habría abierto las puertas. Por eso aquí vamos a insertar una nueva entrada sobre este asunto.

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Todavía hay gente que cree fue el altruismo de los políticos, ladrones y banqueros del Régimen Constitucional lo que le abrió la puerta a las mujeres

Antes de nada, viene muy al caso recordar que una de las instituciones históricas creadas por amor a la Verdad es la Universidad. Pues bien, no hace mucho que nos hablaban del crecimiento que está experimentando la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas (AET).

Según supimos por la Agencia FARO, ha sido refundada en la célebre Universidad de Salamanca hace unos pocos años y, como decimos, está teniendo un creciente desarrollo. Es buena ocasión para lamentarse de que vayan ya cumpliéndose las previsiones de destrucción de la Universidad por parte del Sistema sobre los que la la AET nos alertaba en su manifiesto contra el Plan Bolonia. En el contexto del Régimen de rapiña demagógica bajo el que vivimos, Bolonia es, a todos los efectos, la estafa del usuario llevada al ámbito universitario, bajo el lema demagógico de conseguir «una educación de calidad».

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Ellos fueron los que expulsaron a las mujeres de la Universidad y persiguieron a sus profesores

Igual que la AET desenmascaró de antemano estos planes de destrucción de esa creación de la Iglesia Católica que es la Universidad, también publican en su blog un artículo que desenmascara el famoso engaño de que la mujer era apartada de los ámbitos intelectuales durante el Régimen de Cristiandad. Una de las cortinas de humo con que nos atosiga el adoctrinamiento masivo del Sistema es el de las «políticas»  de «género» de género.

Estas «políticas» cuentan con sus correspondientes ministerios de Igualdad (palabra-talismán de los que echaron a la mujer de la Universidad), con su oscurantista ideología de género, con su afán de trastornar el idioma, con la degeneración guiada de todo lo que huela a limpio y con el emputecimiento sistemático y organizado de las mujeres.

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«la calumnia de las plumas liberal-burguesas según la cual el Régimen de Cristiandad habría impedido a las mujeres el acceso a la Universidad, en el contexto de famosos actos de demagogia pública convocados por asociaciones marxistas»

Concretamente, el artículo de la AET que reproducimos a continuación desenmascara brevemente la calumnia de las plumas liberal-burguesas según la cual el Régimen de Cristiandad habría impedido a las mujeres el acceso a la Universidad, en el contexto de famosos actos de demagogia pública convocados por asociaciones marxistas, pues el Marxismo es hijo legítimo del Capitalismo.

Y el artículo demuestra que los que echaron a las mujeres de la Universidad han sido los mismos que se han inventado la demagógica ideología feminista, quienes ahora presumen de haberle devuelto generosamente a las mujeres el «permiso» para acceder a la Universidad. «Permiso» que ellos mismos le quitaron.

Ellos, que fueron los mismos que eliminaron las Universidades y persiguieron a sus profesores, dado que la intelectualidad era reaccionaria, defensora de las libertades y enemiga de la Constitución.

Y ya desde la Cristiandad Medieval nos encontramos con casos como la de la alemana Herrada de Landsberg, que creó nada menos que una enciclopedia, entre otros ejemplos no recogidos, por evidentes razones de brevedad, en el artículo que recogemos.

Según nuestra costumbre, hemos añadido algunas imágenes y resaltados para ilustrar el artículo, que esperamos sea del agrado de nuestros lectores.

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Santa Hildegarda de Bingen, en pleno Medievo, importantísima para la historia natural y la medicina de su época

Mendo Crisóstomo
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Si creemos en la buena fe de los organizadores de estos actos y no en que se trate de algunos casos más de la mentirosa demagogia revolucionaria, entonces tendremos que señalar su abrumadora ignorancia.

Ignorancia al hablar de «100 años de la entrada libre de las mujeres en la Universidad», cuando jamás se impidió la entrada de la mujer en la Universidad hasta la llegada de la Revolución a España en 1812. Éste es un hecho tan conocido y tan perfectamente establecido, que se aprendía incluso en enseñanza primaria.

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Beatriz Galindo era conocida como «La Latina» por su erudición en lenguas clásicas, en una época de «oscurantismo» como el siglo XVI español

Mal está que lo omitan los medios del Gobierno de ocupación; pero ¿será posible que esta gente tan cultivada y tan digna de estar en la Universidad ni siquiera se haya preguntado por qué en la misma ciudad en que viven hay un instituto de enseñanza media («educación secundaria» le dicen ahora) llamado «Lucía de Medrano», en honor a esta catedrática de Humanidades de la Salamanca del siglo XVI?

¿Tan lejos llega su incultura como para no saber que en aquellas épocas de «oscurantismo» (en que la Universidad se autogestionaba), brillaban en los claustros en pleno siglo XV mujeres como Beatriz Galindo, llamada «La Latina» por su erudición en lenguas clásicas, cuya memoria guarda hasta el callejero salmantino?

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La ilustre doctora doña María Isidra Guzmán de la Cerda, catedrática de filosofía (1785) en la Universidad de Alcalá de Henares, impulsó la «Junta de Damas» en el ámbito universitario

Y no es que hayan sido casos aislados circunscritos a lo que llaman «Siglo de Oro»; antes bien, la cosa se prolonga hasta la mal llamada «decadencia» de España. No hacía mucho que el heroico guipuzcoano Blas de Lezo cosechaba triunfos extraordinarios para las Españas como la derrota inglesa en Cartagena de Indias (1741), cuando la ilustre doctora doña María Isidra Guzmán de la Cerda obtenía el título de catedrática de filosofía (1785) en la Universidad de Alcalá de Henares.

Y que no se trataba de un caso aislado lo indica el hecho de que ella misma impulsó después la «Junta de Damas», que obviamente no se componía de boxeadores ni de obispos.

Lo que a menudo se les olvida a estos aprendices de revolucionarios es que el ideólogo de la expulsión de la mujer de la universidad fue un tal J.J. Rousseau.

Aquel lamentable tipo, tan admirado por progresistas de todo pelaje, no sólo creó la fraudulenta teoría política del «contrato social» y el disparate de basar la enseñanza en los «sentimientos» y no en la razón (que la ineficacia del sistema educativo actual ha demostrado un completo fracaso), sino que proclamaba que la mujer sólo servía «para procurarle placer» al varón.

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«Los revolucionarios, los progresistas, fueron los únicos responsables de la exclusión de la mujer […] la izquierda se opuso rotundamente al voto femenino durante la nefasta II República»

Los revolucionarios, los progresistas, fueron los únicos responsables de la exclusión de la mujer. Son ellos quienes introdujeron la obsesión por legislarlo y regularlo todo; y son ellos los obsesionados con dominar la Universidad desde el Estado, o desde la empresa. Son ellos los enemigos de las verdaderas libertades y del verdadero derecho; por ejemplo, lo hacen también cuando se inmiscuyen en asuntos que dependen de cada familia.

Incluso mucho antes de la aparición formal de la Universidad (creación de la Iglesia Católica) nos encontramos en la vieja Cristiandad casos como el de Duoda, escribiendo el primer tratado de pedagogía durante el renacimiento carolingio. O la importancia académica de Santa Hildegarda de Bingen para la historia natural y la medicina de su época. Podríamos multiplicar los ejemplos sin fin.

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la mediocre y supersticiosa Hipatia de Alejandría

Se ve que tampoco conocen el papel político que ya antes de la creación de la Universidad solían cumplir las mujeres. Por ejemplo, en las asambleas del Medievo cristiano, para dulcificar hostilidades e introduciendo ellas mismas las «treguas de Dios».

Fue la llegada del liberalismo y su tiranía estatista la que prohibió votar a las mujeres, cuyo voto, sin embargo, se mantuvo en las Legaciones Pontificias, no sujetas aún al control absorbente del Estado.

Ni tampoco saben nada del papel que tuvieron determinadas mujeres gobernando extensos territorios en muchas zonas de la vieja Cristiandad.

Y todavía en el siglo XIX, en el ambiente eclesiástico, no invadido aún del cáncer revolucionario, encontramos casos como el de Mademoiselle Tamisier, promotora junto a Pío IX de los congresos eucarísticos. Es más: el primer movimiento femenino organizado reclamando la acción pública de las mujeres fue suscitado por el Papa Benedicto XV, como antes la había defendido en España el tribuno tradicionalista Juan Vázquez de Mella. En cambio, la izquierda se opuso rotundamente al voto femenino durante la nefasta II República.

Que no nos vengan ahora con las mixtificaciones engañadoras y absurdas de siempre, hablando de «100 años de la mujer en la Universidad»; pues aparte de ser mentira, los responsables de la exclusión de la mujer del ámbito universitario fueron sus inmediatos antepasados ideológicos.

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el primer movimiento femenino organizado reclamando la acción pública de las mujeres fue suscitado por el Papa Benedicto XV, como antes la había defendido en España el tribuno tradicionalista Juan Vázquez de Mella

La Universidad de Salamanca tiene como copatrona a Santa Catalina de Alejandría, auténtico ejemplo de sabia y elocuente mujer frente a la mediocre y supersticiosa Hipatia de Alejandría. La Universidad tradicional jamás impidió a la mujer la entrada en el ámbito académico, porque la Universidad es creación de la Catolicidad, y la Catolicidad es fiel hija de una mujer que es el canal por el que la humanidad recibe todas las Gracias: la Inmaculada Madre de Dios, patrona de las Españas, del Requeté y de la Universidad de Salamanca, cuya fiesta hoy celebramos.

Inmaculada de Monterrey, por José de Ribera, El Españoleto. Convento MM. Agustinas Recoletas de Salamanca

Esta vez reproducimos la primera parte de un certero artículo de uno de los pocos intelectuales actuales que no sólo destaca por su sabiduría y erudición, sino que se desmarca de los desbarres locoides y hace frente a la deformación profesional predominante; uno de los pocos gigantes que logran sobrevivir defendiendo todo lo honorable, grande y alto en este mundo de enanez intelectual predominante.

Se trata de Miguel Ayuso, un cristiano ejemplar en todos los ámbitos de su vida, autor de numerosísimos artículos y libros, catedrático de Derecho Constitucional, juez militar y antiguo letrado del Tribunal Supremo, presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, secretario de la gran revista Verbo e irrebatible genio de la dialéctica.

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Miguel Ayuso, un cristiano ejemplar en todos los ámbitos de su vida

La explicación y refutación que hace del grandísimo engaño de los Derechos Humanos la publicaremos aquí, si Dios quiere, en tres partes, de las cuales presentamos aquí la primera. La publicación completa se efectuó en las páginas 685-702 de Verbo 275-276 (1989).

Como es nuestra costumbre, añadimos algunos resaltados, hipervínculos e imágenes a modo de ilustración.

Deseamos al lector un buen provecho en su lectura.

Mendo Crisóstomo

LIBERTADES Y DERECHOS HUMANOS

POR

MIGUEL AYUSO

Chesterton, con su asombrosa capacidad para expresar en frases marmóreas los pensamientos más escurridizos, sentenció que «cuando el hombre pierde la fe acaba creyendo las cosas más insospechadas» (1), El «boom» del espiritismo, la eclosión de la parapsicología y el gnosticismo, la difusión del orientalismo, la multiplicación —en fin— de las sectas hasta extremos tan llamativos que han hecho alzar voces de preocupación en el seno de las sociedades pluralistas y liberales, confirman ampliamente el aserto del paradojista inglés.

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G.K. Chesterton: «cuando el hombre pierde la fe acaba creyendo las cosas más insospechadas»

Ciertamente, la existencia de Dios se deduce incluso —lo explicó en un libro notable Cornelio Fabro ( 2 )— de las estructuras ideológicas que lo niegan, de modo tal que es comprobable la coincidencia de las conclusiones así obtenidas con las genuinas afirmaciones de la ciencia y de la cultura, del más profundo pensamiento y de la auténtica experiencia. Dios existe de una manera inexorable en la naturaleza, en la historia y en la conciencia de cada uno; por lo que la religión resulta tan necesaria al hombre —sin Dios no puede vivir— que, cuando le da a conciencia la espalda, por lo mismo inventa ídolos a los que hace objeto de su culto.

Y esto, que es observable en el plano comentado, es idénticamente predicable de otros sectores: así, la mente tiene tal necesidad de los «universales» que, cuando se deja seducir por el nominalismo o el empirismo, construye nuevos «universales» —a los que, desde luego, no denomina así—, aunque sin contacto con la realidad, lucubraciones a las que se adhiere con fe indiscutible y cuasi-religiosa. Son los mitos. Debemos al profesor Rafael Gambra un entendimiento muy profundo de este fenómeno paradojal —un ideologismo abstracto nacido precisamente de la negación del intelecto con fundamento in re—:

«El hombre de hoy trabaja sobre números, sobre esquemas y planes abstractos mucho más que sobre la realidad existente y diferenciada. En nombre de teorías igualitarias o de uniformismos legales, el hombre actual ha olvidado o destruido realidades y ambientes milenarios; ha arrasado diferencias, jerarquías y costumbres que constituían el ámbito de la vida y de la auténtica libertad de los pueblos. Ejemplos de estos conceptos hoy todopoderosos y de validez universal son la Democracia, la Igualdad, la Evolución, el Progreso, el Aggiornamento, el Humanismo… Y como anticonceptos absolutos; la reacción, las clases, las diferencias, la discriminación, el paternalismo, la aristocracia…»(3).

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«la mente tiene tal necesidad de los «universales» que, cuando se deja seducir por el nominalismo o el empirismo, construye nuevos «universales» —a los que, desde luego, no denomina así—, aunque sin contacto con la realidad, lucubraciones a las que se adhiere con fe indiscutible y cuasi-religiosa. Son los mitos.»

Uno de estos mitos que nuestra época ha deificado —y nos aproximamos al tema de nuestra ponencia— es el de los llamados «derechos humanos», talismán bendito a cuyo nombre se abre toda puerta, cesa toda disputa, declina toda discrepancia.

Esta primera observación no carece de trascendencia para el posterior discurrir de nuestras reflexiones, no es arbitraria o gratuita su inclusión en el atrio de esta disertación. Señala con claridad, ya desde el principio, que el papel que los «derechos humanos» desempeñan en el universo conceptual contemporáneo, y en los ordenamientos jurídicos que los consagran, es político cuando menos —y simbólico lo más—, pero nunca propiamente jurídico (4).

Por eso, aun cuando serán frecuentes en las palabras que van a seguir las calas de filosofía jurídica, así como las referencias críticas de textos y autores provenientes del mundo del Derecho, el palenque fundamental en el que va a debatirse la cuestión no es preferentemente jurídico, sino ideológico o político. El análisis, por tanto, sólo marginalmente se va a ocupar de las cada vez más patentes fallas que evidencia el human-rights talk a los ojos tanto de la escuela inglesa de filosofía del lenguaje, como del realismo jurídico escandinavo (5) o del iusnaturalismo clásico relanzado en este ámbito por la obra de Michel Villey (6). Y, en cambio, va a centrarse en la valoración del puesto que ocupan los «derechos humanos» en el panorama de la ideología configuradora del mundo moderno.

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«Uno de estos mitos que nuestra época ha deificado … es el de los llamados «derechos humanos», talismán bendito a cuyo nombre se abre toda puerta, cesa toda disputa, declina toda discrepancia.»

En este sentido, y de acuerdo con lo anterior, adquiere un significado más nítido la inclusión del tema que me ha sido encomendado dentro del orden general del programa de la reunión. En una primera aproximación se trata de ilustrar el tránsito que lleva de un modo de entender la libertad a otro radicalmente distinto. Pues al enunciar libertades y derechos humanos, en cierta manera estamos copulando —desde el ángulo de la filosofía política—términos opuestos. Pero también podría entenderse la rúbrica a que se acogen estas palabras de un modo distinto, como términos sinónimos dentro de un proceso que ha reducido el sentido de la libertad a la salvaguarda de los derechos humanos. De modo tal que no cabe hablar de Constitución o Estado de Derecho —y ambos conceptos, entendidos según el Derecho Político dominante, son suficientes para exorcizar cualquier doctrina y para asegurar que se respeta la libertad— sin efectiva tutela de aquéllos. Hasta el punto de que son, a menudo, empleadas indistintamente como expresiones mágicas, tanto la voz «derechos humanos» como la de «libertades públicas».

Según la primera de las visiones —que quien les habla encuentra preferible a la oficial del democratismo— se contraponen dos modos de concebir la libertad. Por un lado, la que concreta la libertad en diversas libertades; y, por otro, la que rinde culto a la Libertad, así, abstracta y con mayúscula, en nombre de la cual se enunciaron por  primera vez los derechos del hombre, sin que haya cambiado ese primer fundamento. Marcel de Corte ha acertado a plasmar la disyunción en sus caracteres más radicales:

«Siendo abstracta (la Libertad), lo concreto le repugna; siendo imaginaria, lo real le atormenta; hallándose enteramente en el Yo, emprende una lucha a muerte con quienquiera le resista y no le resulte idéntico» (7).

Pero quizás ha sido el profesor Elías de Tejada quien con mayor profundidad y penetración se ha ocupado del tema (8). Su aportación principal ha sido destacar que lo que diferencia la libertad abstracta de las libertades concretas es mucho más que una positura política o siquiera que cierta contraposición antropológica. Lo que envuelve esta dualidad es nada menos que el abismo que media entre el iusnaturalismo protestante, de una parte, y el católico, de otra.

subir imagenPero la oposición radical de que nos estamos ocupando puede ser presentada y articulada, además, de diferentes modos. En primer lugar, y aunque quizá no obedezca de un modo completamente exacto a la caracterización de Benjamin Constant, padre del liberalismo doctrinario, es comparable a la que separa la libertad de los antiguos de la libertad de los modernos (9). Es, en segundo lugar, la que existe entre la libertad en una sociedad tradicional y la libertad en una sociedad de masas (10). En aquélla la libertad se entiende cómo un servicio dentro de un orden, dentro del cual se sitúa amorosamente el hombre. En ésta supone una reclamación constante frente al aparato coercitivo que quiere asfixiarle. Pero habrá ocasión de referirse a ese aspecto con mayor amplitud más adelante.

(1) Esa frase es, quizás, uno de los presupuestos desde los que cobra vida la abigarrada y rica obra chestertoniana. Piénsese, por ejemplo, en algunas de las páginas más brillantes de Orthodoxy o Heretics y se podrá comprobar la veracidad del aserto. CFR. Miguel AYUSO: «Chesterton, caballero andante», en Verbo (Madrid), nüm. 249-250 (1986), págs. 1.229-1.254.
(2) Cfr. Cornelio FABRO : Dios. Introducción al problema teológico, Madrid, 1 9 6 1 ; cfr., también, Augusto DEL NOCE: II problema dell'ateismo. Il concetto dell'ateismo e la storia della filosofia come problema, Bolonia, 1 9 6 4 ; José GUERRA CAMPOS: Lecciones sobre ateísmo contemporàneo, Madrid, 1978.
(3) Cfr. Rafael CAMBRA: «Método racional», Verbo (Madrid), número 53 (1967), págs. 223-226. Una buena parte de la obra del profesor Gambra, en conexión con su anti-rarionalismo básico, ha girado en torno de las consecuencias psicológicas producidas por las transformaciones del mundo y la cultura contemporáneos. Cfr. el artículo que le dedica Gonzalo DÍAZ  DÍAZ: Hombres y documentos de la filosofía española, III (E-G), Madrid, 1987, págs. 342-345.
(4) Algún sector de la iusfilosofía —incluso desde puntos de vista divergentes de los que aquí se sostienen— ha afirmado el carácter político  y no técnico de los derechos humanos en el panorama conceptual contemporáneo. Cfr. Gregorio ROBLES: «Análisis crítico de los supuestos teóricos y del valor político de los derechos humanos», Rivista Internazionale di Filosofía del Diritto (Roma), julio-septiembre de 1980, págs. 480 y sigs. Para una referencia de carácter más general, cfr. Jesús VALDÉS Y MENÉNDEZ  VALDÉS: «Derechos naturales, "Derechos humanos". Panorama crítico», Verbo (Madrid), núm. 199-200 (1981), págs. 1.253-1.274. También es conocida la posición que atiende preferentemente al aspecto moral del contenido objetivo que hoy se expresa con la denominación de derechos humanos. Cfr. Juan VÁLLET DE GOYTISOLO: «El hombre, sujeto de la liberación. Referencia a los denominados "derechos humanos"», Verbo (Madrid), núm, 253-254 (1987), págs. 335-360. También podemos citar a este respecto algún texto de JUAN PABLO II: «Alocución del Romano Pontífice a los obispos de las regiones eclesiásticas XII y XIII de los Estados Unidos, en visita "ad limina apostolorum"», L'Osservatore Romano (edición española) de 22 de enero de 1989, págs. 15 y 16: «Lo que Cristo y su Iglesia recomiendan no es la mera defensa externa de los derechos humanos ni la mera defensa de derechos humanos hecha por organismos y estructuras al servicio de la comunidad —aunque sean muy útiles y providenciales—, sino el compromiso de darle a cada uno su lugar en la comunidad, De este modo se aseguran los derechos de todos por medio de .una gran estructura de relaciones propiamente humanas y cristianas en las cuales la caridad de Cristo está en el centro, y en la cual la justicia humana está "corregida por el amor"».
(5) Cfr. Alberto MONTORO: Sobre la revisión crítica del derecho subjetivo desde los supuestos del positivismo lógico, Murcia, 1983.
(6) Cfr. Michel VILLEY: Leçons d'Histoire de la Philosophie du Droit,París, 1962; La formation de la pensée juridique moderne, Paris, 1968; Seize essais de Philosophie du Droit, Paris, 1969; Philosophie du Droit (2 tomos), París, 1975 y 1979; Le droit et les droits de l'homme, Paris, 1983; Questions de Saint Thomas sur le droit et la politique, Paris, 1987. Una síntesis del planteamiento del maestro recientemente fallecido podemos encontrarla en Guy AUGE: «El derecho natural en la Francia del siglo xx», en el volumen El derecho natural hispánico, Madrid, 1973, págs. 231-262. Más ampliamente en Droit, Nature, Histoire. Michel ViUey, Philosophe duDroit, AIX-Marsella, 1985.
(7) CFR. Marcel DE CORTE: L'homme contre lui-même, París, 1962,pág. 56.
(8) Cfr. Francisco ELÍAS DE TEJADA: «Libertad abstracta y libertades concretas», Verbo (Madrid), núm. 63 (1968), págs. 149-166; «Construcción de la' paz y asociaciones intermedias», en el vol. Derecho y Paz, Madrid, 1968, págs. 71-95; «Los fueros como sistemas de libertades políticas concretas», Arbor (Madrid), núm. 93-94 (1953), págs. 50-59.
(9) Cfr. Benjamín CONSTANT: De la liberté des anciens comparée à celle des modernes (1819), reimpreso en su Cours de politique constitutionelle, II, París, 1861. Se han ocupado de aspectos relacionados con la anterior temática, por ejemplo, Friedrich A. HAYEK: LOS fundamentos de la libertad, Madrid, 1975; Angel LÓPEZ-AMO: El poder político y la libertad. La Monarquía de la reforma social, Madrid, 1 9 5 7 ; Erik R . VON KUEHNELT-LEDDIHN: Liberty or eqmlity. The challange of our time, Idaho, 1 9 5 2 .
(10) Cfr. Ratfael GAMBRA: «La libertad en la sociedad tradicional y en la sociedad de masas», Verbo (Madrid), núm. 84 (1970), págs. 283-300.

Como regalo de Reyes, transcribimos para nuestros lectores un par de breves y excelentes artículos de utopía e idealismo. El primero de ellos lo tomamos de El brigante, blog que se distingue especialmente por su honradez intelectual en la exposición de lo que es un católico, una cosa hoy poco conocida. El artículo se titula La utopía odia el orden natural y odia la vida humana y muestra cómo el activismo del católico no puede limitarse exclusivamente a «batallitas» como la defensa de los no-nacidos o el derecho de un niño huérfano a no ser adoptado por una pareja de pervertidos del mismo sexo. También aclara perfectamente cómo todos los innovadores y revolucionarios, sean de la ideología que sean, odian el orden natural y pretenden siempre transformar el mundo en base a sus espejismos y utopías mentales. Es evidente que los utópicos odian la creación y su orden natural y por eso están siempre intentando hacer la realidad a su medida, desmantelar la sociedad y reescribir la historia para autojustificar sus locuras y sus crímenes. Simplificando, podemos dividir en dos grupos los utópicos: unos son los que proceden del mal llamado «racionalismo» y otros son los que reaccionan equivocadamente frente al «racionalismo» con el romanticismo, tan utópico como el mal llamado «racionalismo», y crean una historia a base de mitos del pasado y de la naturaleza a los cuales exaltar; por eso, el segundo artículo que transcribimos está tomado del interesantísimo blog El Matiner Carlí. y se titula El Romanticismo vehículo de destrucción de la Tradición. Su finalidad es la diferenciación entre romanticismo y tradicionalismo, este último auténtica reacción de la sociedad viva y no de la exaltación de uno o varios mitos como el primero. Nos hemos limitado a hacer algunas modificaciones tipográficas y de resaltado, y añadir algunas imágenes. Que disfruten estos dos excelentes artículos. Mendo Crisóstomo

La utopía odia el orden natural y odia la vida humana

La utopía, en todas sus formas y variantes, es siempre enemiga de la vida moral humana y, al final, hasta de la mera vida humana, a secas. El utópico es el insatisfecho peligroso que, so capa de reformar el mundo, lucubra deducciones infinitas sin nexo alguno con la realidad y la experiencia. ¿Que la verdad, la naturaleza y la inducción más elementales nos señalan la dirección contraria? Peor para todas ellas. La violencia y la saña a la que pueden llegar los filántropos no conoce igual en los anales de la delincuencia común. Acostumbran estos benefactores de la humanidad a dejar tras de sí un reguero de sangre, espeso como su soberbia.

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«Acostumbran estos benefactores de la humanidad a dejar tras de sí un reguero de sangre, espeso como su soberbia»

La bestia negra de los utópicos es el “sentido común”. Hace ya mucho tiempo que los utópicos más delirantes están al timón de nuestros gobiernos. Pero, piénsese que la clase dirigente de las revoluciones y de los regímenes utópicos está formada por los “ofendidos” imaginarios, por marginales y asociales, incapaces de ceñirse a la regla común de la obediencia moral. No es infrecuente que en tiempos de revolución sean los pervertidos, los lunáticos, los ineptos, las meretrices o los contrahechos los que vean en esos falsos ideales utópicos la ocasión -que creían definitivamente perdida- de redimirse socialmente. Y así las depuraciones más feroces las dirigen los incapaces más palmarios, encendidos por un celo febril.

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«No es infrecuente que en tiempos de revolución sean los pervertidos, los lunáticos, los ineptos, las meretrices o los contrahechos los que vean en esos falsos ideales utópicos la ocasión de redimirse socialmente»

Y así, también, las ideologías más odiosas ofrecen la oportunidad al cornudo y al tímido patológico de convertir su rencor en motor de una catarsis social diabólica. Sea el feminismo, la alianza de civilizaciones, la eugenesia luciferina, los derechos polisexuales, el animalismo o la llamada violencia de género, nos ofrecen el espectáculo de la iracundia cuasi sagrada aureolando los rostros más ramplones, marcados por la frustración, pero que parecen elevarse hasta el séptimo cielo de la indignación utópica mientras pontifican desde su ignorancia.

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«la tibia connivencia de los católicos liberales, siempre tan preocupados por dar la perfecta inclinación cervical ante el poder constituido, venga de donde venga»

Pero guardémonos de menospreciar a esta morralla, pues de esa sentina surgen las levas que están acabando con los últimos vestigios de la vida tradicional, racional y conforme a la naturaleza. Bueno, de ahí y de la tibia connivencia de los católicos liberales, siempre tan preocupados por dar la perfecta inclinación cervical ante el poder constituido, venga de donde venga. La furia utópica no descansa y, lo que es peor, cada vez encuentra menos resistencia para alcanzar sus objetivos de refundar la realidad al margen de la ley natural. Disipemos rápidamente el conjuro brujeril de quienes piensan obrar conforme a su deber humano y cristiano desgañitándose para defender como última Thule moral la oposición al aborto provocado y a lo que vagamente denominan “familia” (incluyendo una relativa libertad de iniciativa educativa y el matrimonio). No es que esos bastiones no formen parte irrenunciable de la ley natural, en cuya defensa, por cierto, cabe un mayor recurso a la fuerza del que se estaría dispuesto a admitir desde esa trinchera (la violencia es mala, venga de donde venga, nos amonestarían, repudiándonos). El problema es que la moralidad natural es un todo coherente e irrenunciable en sí mismo. No sólo en sus expresiones normativas (haz esto y evita aquello), sino, y esto se olvida frecuentemente, en sus condiciones de ejecución. La exigencia de la moral natural –la moral normal en el sentido natural– ni se ciñe a esos dos ejes de “familia” y “vida” (ni menos al esquelético mínimum con que se presentan), ni se limita a las obligaciones mismas, sino que abarca todas las condiciones previas que permitan ese cumplimiento. Ése es el fundamento de la doctrina política católica y no ningún capricho autoritario. No se trata de confundirse sobre la viabilidad social de estos reclamos. Hace demasiado tiempo que cruzamos todos los límites y toda futura y eventual reconstrucción, salvo milagro, será dolorosa, dura, combatida y lenta. Se trata de no confundirse sobre la naturaleza de nuestra moralidad ni sobre el alcance de nuestra doctrina. Como diría Madiran, se impone un gran esfuerzo de clarificación. Antes de nada. El Brigante

EL ROMANTICISMO VEHÍCULO DE DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN

El romanticismo es una reacción al racionalismo ilustrado, y a los principios y práctica de la Revolución francesa. Reacción consistente en la exaltación de las particularidades propias y del pasado vivido, especialmente del pasado medieval, resaltando las libertades que los pueblos de aquellas épocas disfrutaban. Como tal, la reacción es positiva.
Los pueblos no aguantaban más las frías construcciones racionalistas ajenas a su alma y al calor de sus tradiciones. Porque más allá de una mera sociedad organizada para fines racionales al modo contractual de Rousseau, o de la concepción mecanicista del Estado, o del despotismo ilustrado, más allá de eso el pueblo es una comunidad.
Como reacción al individualismo burgués, al centralismo uniformador y al naciente capitalismo, el romanticismo tiene muchos lugares comunes con el Tradicionalismo. El problema surge cuando esa exaltación se hace desde una perspectiva meramente «natural», y termina en naturalismo puro. No digamos cuando esa mirada al pasado es totalmente pagana. El movimiento romántico degenera vía naturalismo, por tanto, en el nacionalismo; y esto es grave porque este naciente nacionalismo arraiga en zonas tradicionalmente tradicionalistas y de fuerte resistencia a la modernidad. El nacionalismo será una forma de atemperar su tradicionalismo y a la larga de diluirlo totalmente: el caso catalán o vascongado es paradigmático. Este nacionalismo romántico tenderá a idealizar el pasado a base de «mitos» y por tanto se alejará de la verdadera Tradición siempre arraigada en la auténtica historia. El nacionalismo es una «idolatría política» que invierte la correcta jerarquía de principios. La exaltación de la «nación», conduce a la larga, se quiera o no, a la relegación de la religión como fundamento esencial y unificador. Destruyendo así el principio vital que vivificaba las tradiciones, libertades y instituciones de los pueblos. Incluso los «nacionalismos católicos» primarán el interés nacional y la religión tanto en cuanto sirva a la «nación». Primará la «nación» sobre la «tradición». En los aludidos casos catalán y vascongado la descristianización de sus respectivos ámbitos ha tenido lugar con ocasión de los gobiernos nacionalistas, habiendo estado esos partidos nacionalistas, de inspiración o de antigua confesionalidad católica, a la vanguardia de políticas anticristianas. Ejemplo muy reciente es el apoyo del PNV al aumento del genocidio legal del aborto con la nueva y sanguinaria ley propuesta por el PSOE.
El Dios, Patria, Fueros y Rey es la correcta relación de principios; su alteración es un principio revolucionario y disolvente.
En el caso de la América hispánica esos nacionalismos católicos, pese a ser más consecuentes con su confesionalidad, han bebido de «mitos» y «símbolos» revolucionarios. Es curioso como en muchos casos exaltan a los «padres de la patria» de sus «naciones», siendo estos masones y liberales. Aceptan sus símbolos, siendo estos igualmente liberales y masónicos en su origen; aceptan todo el proceso de sus «independencias», proceso igualmente revolucionario. Y al mismo tiempo ese nacionalismo les sirve para oponerse a los católicos de otros pueblos hermanos, impidiendo el proceso de una verdadera restauración que debería conllevar a la formación de una Comunidad de pueblos hispánicos. El error romántico de base es el «naturalismo» y el “sentimentalismo” que lleva parejo; exaltar lo puramente natural, lo que degenerará en la creación de «idolatrías políticas»: la orografía, las peculiaridades folclóricas, culturales o lingüísticas, la «raza», etc. Siempre en detrimento de la Tradición como ejecutoria histórica y real, y del principio espiritual sobrenatural que la alimenta y da coherencia. En este sentido hay romanticismos de derechas de tipo conservador (que no escapan de ese naturalismo) y los hay de tipo más liberal (y tono revolucionario). Pero en los dos casos la raíz anti-tradicional es idéntica. Aún así entre los románticos habrá quien termine en una verdadera conversión al catolicismo y en una defensa de la verdadera Tradición y buscando, por tanto, la restauración. Pero lo más normal es que el romanticismo que en un principio nace con un tono conservador, degenere pronto en liberalismo, y en muchos casos derive en puro pre-fascismo y posteriormente en progresismo disolvente (contradiciendo totalmente sus propios orígenes). Todo ello mediante la exaltación de «mitos» y de elementos puramente naturales por la asunción del principio de inmanencia propio de la filosofía moderna de la que no se escapan. El sentimentalismo romántico ha operado como vehículo de trasvase de los pueblos tradicionales hacia el liberalismo vía un vaciamiento del alma de los pueblos, mediante el idealismo romántico. La defensa de la religión y de las libertades tradicionales, se debe hacer siempre desde una perspectiva sobrenatural y trascendente que es la que las vivificaba y unificaba, arrancado ese principio el pasado pierde significación y la restauración se hace imposible. Sólo la Religión es el centro de una comunidad y antídoto al individualismo disolvente.subir imagen

Tengamos mucho cuidado en la no generación de “Tradicionalismos románticos”. La Fe católica asimilada y vivida debe ser siempre la norma de nuestro actuar personal y político.

EL RÉGIMEN POLÍTICO-SOCIAL DE LA LIBERTAD Y DE LA JUSTICIA: EL RÉGIMEN DE CRISTIANDAD

Por Mendo Crisóstomo

Incluso Kropotkin, enemigo de toda religiosidad, reconoce en sus análisis la dicha y bienestar existentes en el Antiguo Régimen, pese a las leyendas liberales

Nunca el ser humano gozó de tanta libertad y bienestar efectivos como durante el Régimen de Cristiandad; incluso el importante teórico anarquista Kropotkin (1), que nada tenía de católico, no tuvo más remedio que afirmar tajantemente que cuanto más investigaba, más claro le quedaba que el trabajador y el artesano jamás habían tenido iguales niveles de dicha y bienestar que los que tuvieron en la Civitas Christiana.

¿Dónde tiene su origen tal régimen de Cristiandad? En la aplicación práctica de unos principios basados en la observación natural de la realidad por parte de teóricos como Isócrates o Aristóteles y perfeccionados por la doctrina cristiana gracias la labor de sistematización operada por los Padres de la Iglesia, que, continuando la labor de los Apóstoles, buscan construir lo que llama San Agustín Civitas Dei (“la Ciudad de Dios”).
Éstos liman algunos defectos propios de teorizaciones y aplicaciones prácticas de los paganos y asumen y perfeccionan, en cambio, los elementos enderezados a construir una sociedad desde su base, con una brillante organización de los cuerpos intermedios de la sociedad.

La Revelación dada por Jesucristo a sus Apóstoles fue sistematizada por los Padres de la Iglesia mediante los principios hallados por los grandes genios de la Antigua Grecia. Tiene origen así la única sociedad libre y justa posible:"El Reinado Social de Cristo" o "Ciudad de Dios"

Posteriormente, Santo Tomás de Aquino hizo un pequeño resumen teórico en su obra De Regimine Principum.

Pero, ¡atención! esta obra no teoriza sobre ninguna utopía, como hacen los ideólogos, que hablan de “cambiar el mundo” e inventan mundos ficticios en sus obras políticas y, sin embargo, a la postre, siempre y en todo lugar se han demostrado fracasados y traicioneros en la práctica, por no basarse en la realidad sino en especulaciones mentales ficticias.

Todas las idelogías, artificiales y utópicas siempre, siempre se han demostrado, cuanto menos, fracasadas, cuando no traicioneras, criminales y asesinas en la práctica

Santo Tomás de Aquino, en cambio, al escribir esa obra, no hacía más que constatar una realidad, como fruto de la observación; aunque es cierto que esa realidad se llevará a cabo de manera aún más perfecta posteriormente: en las Españas.

En el Régimen de Cristiandad, la sociedad se ordena, pues, a la manera natural; es decir, respetando el principio de subsidiariedad, estructurando el cuerpo social en entidades sociales que gozan de autarquía y autonomía propias, reguladas por los fueros, que refuerzan las verdaderas libertades de los individuos, con independencia de la autoridad política central.

Los diferentes cuerpos sociales se rigen a sí mismos por representantes elegidos libre y directamente por los miembros de cada uno de los gremios e instituciones sociales, y no con representación puramente subjetiva y mandato artificial representativo, como sucede en el liberalismo, sino con representación objetiva y mandato imperativo:

En la Civitas Christiana, que no es ninguna utopía ideológica sino un régimen que verdaderamente existió y fue eficaz, el poder central está limitado por la autoridad de la Tradición, mediante un triple sistema:
1) Ético (por la Ley Natural).

2) jurídico-foral (por principio de subsidiariedad, imposiciones de los cuerpos sociales)

3) jurídico constitucional (que son las limitaciones legales que el pueblo -y no una comisión de políticos- haya querido imponer e imponga al poder central en el ejercicio de la soberanía política).

El Reinado Social de Cristo, que no es ninguna utopía, fue el único que fue eficaz en los últimos 2000 años, y el único que salvaguardó de tiranías y absolutismos. No como las utopías inventadas por el Sistema actual

Éste es el único sistema que ha funcionado.

Un modelo de este tipo es imposible que derive al totalitarismo o al absolutismo, puesto que el poder supremo o soberanía política está limitado y controlado por un sistema de triple control, más potente y decisivo que el de la supuesta división de poderes.

A lo largo de los siglos, desde el Bajo Imperio Romano hasta la Baja Edad Media, esta realidad, que habían reconocido incluso teóricos ya revolucionarios como Kropotkin ―o el propio judío llamado Karl Marx(2)―, se va perfeccionando en todo el continente europeo:

Se respeta el principio de subsidiariedad, el poder económico se halla absolutamente al servicio del poder social y político y, por último, la potestad se encuentra dividida en soberanía social y soberanía política.
Están limitadas una por la otra y ambas, a su vez, limitadas por la autoridad de la Ley Natural, la autoridad de las tradiciones consuetudinarias y la de la Tradición Católica.

Fue en las Españas donde este sistema cuajó de modo más perfecto. Y el saberse soldados de Cristo impulsó a los hijos de las Españas a recorrer todo el planeta: No sólo por la salvación de las almas y mayor gloria de Dios, sino por mostrar al resto de los pueblos la dicha y excelencia del único régimen natural: el Régimen inspirado en las enseñanzas de Cristo, en la Tradición

Tal ordenamiento político-social tuvo su escenario más logrado en las Españas, que consiguientemente nunca se llamaron a sí mismas “Imperio Español” como erróneamente quieren hacer ver las leyendas románticas y las deformaciones históricas del Sistema; ese conjunto de las Españas fue destruido por invenciones teóricas y tiránicas como el nacionalismo español o los nacionalismos periféricos (fundamentalmente los antihistóricos vasco y catalán), fanáticos defensores del Estado.

Y, actualmente, el Antiguo Régimen de las Españas continúa siendo calumniado con numerosas mentiras y leyendas negras, como si hubiese sido un sistema cuasi-totalitario donde el pueblo vivía esclavizado por el rey, la nobleza y la Iglesia.

el trabajador y el artesano jamás habían tenido, ni tendrán, iguales niveles de dicha y bienestar que los que tienen en la "Civitas Christiana"

En efecto, al llegar el Cristianismo, las libertades civiles comienzan a la sazón a cobrar vida y vigor a través de una participación real, basada en organismos naturales que se articulan en una sociedad conforme a normas consuetudinarias que surgen progresivamente y tomando como punto de partida siempre lo anterior, y siempre sin reñir con los preceptos evangélicos de Jesucristo y de la ley natural.

No había un “Estado” en el sentido moderno del término.(3)

No existía el Estado, esa gran bestia que engatusa a los tontos, a los incautos y a los frívolos con su palabrería, con su “pan y circo” y que, en la práctica, tiraniza a la sociedad negándole su libertad natural para acapararla en manos de una oligarquía plutocrática.

Notas:
(1) KROPOTKIN, P., El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, Madrid, 1978.

(2) Pseudónimo de Ysidor Mardochai Levy

(3) Y por tanto, por ejemplo, no se pagaban impuestos

LA VERDADERA HISTORIA POLÍTICA DE LA CRISTIANDAD Y EL MITO MODERNO DE LOS TRES PODERES

Por Mendo Crisóstomo

Todos conocemos la leyenda negra creada por las plumas conservadoras y burgués-capitalistas-caciquiles y por sus correlatos demagogos de izquierda acerca de la Cristiandad.

Desde que el Cristianismo tomó las riendas de la sociedad, fue instituyéndose un sistema natural, basado en el libre albedrío, la caridad y la justicia

Desde que el Cristianismo tomó las riendas de la sociedad, fue instituyéndose un sistema natural, basado en el libre albedrío, la caridad y la justicia

Todos ellos, embriagados  de dialéctica hegeliana y envenenados por diversas ideologías, no cejan en su empeño de calumniar y mentir acerca de lo injusta, inmovilista, explotadora, tiránica que fue la Cristiandad político-social hasta la revolución y la moderna aparición del Estado, mal llamado “de derecho”.

Ahora bien, cualquiera que se acerque sin prejuicios a las fuentes constatará, sin gran esfuerzo, que desde que el Cristianismo tomó en la Antigüedad Tardía las riendas de la sociedad y especialmente una vez que hubo conseguido la conversión de todos a la verdadera religión en cada territorio, entonces fue instituyéndose de forma eficaz el Régimen de Cristiandad; esto es: según la caridad y justicia cristianas y según el libre albedrío y no según el “libre examen” que después introducirá ese monje maldito que fue Martín Lutero y sobre el cual se sustentará después el liberalismo en todas sus formas.

La Sociedad Cristiana se basará, simplemente, en aplicar a la experiencia las leyes naturales y la Tradición recibida de los antepasados (de tradere, entregar): no en ideologías ni en imposiciones hechas desde arriba por parte de un grupo de visionarios y de una ficción política como es actualmente el “Estado”.

La demagógica clase política, con sus firmes apoyos financieros y propagandísticos, adormila a una sociedad anestesiada y aburguesada por los vicios y vanos placeres

La demagógica clase política, con sus firmes apoyos financieros y propagandísticos, adormila a una sociedad anestesiada y aburguesada por los vicios y vanos placeres

Aquellos felices tiempos nada tenían que ver —como decimos— con las leyendas negras inventadas por diversos elementos de las clases acomodadas que fueron quienes inventaron el Estado Moderno.

El Estado Moderno y su democracia crearon una nueva casta, la “clase política”, que con su aparato propagandístico y sus apoyos financieros adormila a una sociedad colmada de numerosas comodidades y placeres efímeros que intentan camuflar cómo todos esos “individuos” viven, en realidad, arrollados por la burocracia y por el afán de regularlo todo, ¡y que persigue al disidente con una feroz policía!; y todos se asfixian con unos terribles impuestos ante los cuales sólo es posible bajar la cabeza.

La sangrienta Revolución fue la responsable de la aparición del Estado

La sangrienta Revolución fue la responsable de la aparición del Estado y de la absorción de la soberanía social por parte de la soberanía política

En cambio, los tiempos en que regía la Ciudad de Dios, eran tiempos en que la soberanía se hallaba verdaderamente dividida, y no dividida artificialmente como ahora mediante un Estado opresor con un gran aparato propagandístico. Desde Aristóteles hasta la Segunda Escolástica, pasando por San Juan Crisóstomo o por Santo Tomás de Aquino, se tuvo bien claro que:

1)      En la soberanía es preciso distinguir entre un poder social y un poder político. Ambos se limitan entre sí y ambos, a su vez, se hallan limitados por la Tradición y por la Ley Natural.

2)      El poder central no tiene ningún derecho de supremacía sobre la sociedad.

En cambio, la Revolución creó el Estado, cuya aparición supuso el cumplimiento de unas expectativas francamente totalitarias (que presumen de ser antiabsolutistas y antitotalitarias cuando en realidad son todo lo contrario) previstas por Marsilio de Padua, Hobbes, Bodino o Rousseau, que tienen sus antecedentes en los engaños de los antiguos sofistas.

Aquellos procaces visionarios (Bodino, Hobbes, Rousseau y Locke) son los responsables teóricos de la aparición del fraudulento sistema totalitario y artificial de la Democracia Liberal

Estos visionarios, personas muy pagadas de sí mismas y alejadas de una interpretación realista de la política y fundamentados en constructos “de laboratorio”, quisieron establecer una sola soberanía: la soberanía política del poder central, desvinculada de todo posible poder externo que la limite, absorbiendo radicalmente a la soberanía social y aplastando todo orden natural.

Además, con la Revolución liberal, la política se desvincula de la ley natural y de toda constitución histórica de la sociedad. Así aparece el Estado, que conquista la supremacía absoluta por encima de cualquier otra entidad.

Los teóricos liberales se inventan entonces la ficción de los tres poderes, una ficción inexistente y profundamente totalitaria porque:

1)      Esos tres poderes los acapara esa gran bestia tiránica que es el Estado.

2)      El Estado no tiene en cuenta ninguna limitación: ni ético-moral, ni jurídico-foral, ni jurídico constitucional.

Con los planteamientos defendidos por Bodino, el Estado se hace a sí mismo única fuente del derecho y usurpa el derecho al pueblo. El Estado se convierte en solutus legibus, esto es:

Él mismo crea leyes, él mismo ejecuta esas leyes y él mismo juzga a quienes no cumplen esas leyes.

Pero, ¿acaso los individuos que conforman el cuerpo social son tenidos en cuenta a la hora de crear esas leyes? No.

Resultado del proceso es ese Gran Leviatán, estado totalitario camuflado con la palabrería de libertad e igualdad, pero que aplasta la idiosincrasia e impide a los hombres cubrir sus necesidades particulares

Resultado del proceso es ese "Gran Leviatán", estado totalitario camuflado con la palabrería de libertad e igualdad, pero que aplasta la idiosincrasia e impide a los hombres cubrir sus necesidades particulares

A diferencia del sistema tradicional, desde entonces ha sido aquí una misma bestia quien ha impuesto a todos unas leyes y quien sigue persiguiendo a quien no las cumple. Apareció así el “Gran Leviatán” de Hobbes, que inventó un imaginario pacto al que todos los individuos llegan, renunciando a su libertad por el temor a una muerte violenta y por su egoísmo utilitarista y creando un “poder común”.

Así, todo y todos quedan sujetos a ese “poder común”: sólo ese poder común de oligarcas podrá legislar y sólo él será quien determine lo justo y lo injusto.

Locke vino a completar esos delirios de Hobbes o Bodino al inventar una nueva ficción: la teoría de la división de poderes.

Ahora bien: tal división es absurda porque, en tales concepciones supremacistas estatistas y esencialmente antinaturales, esos tres poderes están acaparados por el Estado.

La división de trs poderes es utópica e inexistente, pues el Estado arrebata su soberanía a los cuerpos sociales y además acapara los poderes en la misma cúpula burocrática del sistema

La división de tres poderes es utópica e inexistente, pues el Estado arrebata su soberanía a los cuerpos sociales y además acapara los poderes en la misma cúpula burocrática del sistema

Así pues, el Estado arrebata a los cuerpos sociales su soberanía social, la fusiona con la soberanía política y después divide en fragmentos (los supuestos tres poderes) para oponerlos unos a otros; de este modo, un límite que debería estar fuera, lo buscan dentro.

Así que no existen esos tres poderes, sino que son una ficción que intenta esconder una realidad: la Bestia del Estado acaparando todo el poder.

Después apareció Rousseau con su solemne sandez de la “bondad natural del hombre”, redundando en lo anterior y exaltando el Estado y diciendo que la sociedad corrompe al hombre. Ese envanecido tipejo era tan contradictorio que, para encajar sus ficciones en unas nociones erradas y contradictorias de libertad, llegó a defender con su palabrería el absurdo de que el Estado “obligue a cada individuo a ser libre”. Entonces, algo tan vago como la “voluntad general”, erigida en un Estado (artificial, nuevamente y, en la misma línea de sus predecesores), se convierte en fuente de todo derecho, sin tener en cuenta la necesaria autogestión de los distintos individuos, instituciones y cuerpos sociales y aplastando la idiosincrasia y necesidades particulares de todos los hombres, que deben cubrirse para que la sociedad sea verdaderamente libre y justa.

En el Régimen de Cristiandad, TODO PODER se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.

En el Régimen de Cristiandad, TODO PODER se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.

¡Qué diferente de estas falsificaciones modernas es la clásica sociedad cristiana! ¡Y qué realista! ¡Y qué conocimiento tan profundo del hombre y de las fecundas posibilidades de la política y de lo social!

En el Régimen de Cristiandad, la suprema auctoritas implicaba que todo poder (incluso el poder político central) se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.
Eso fue lo que intentaron abolir Rousseau, Hobbes y otros; y la Revolución lo consiguió. Como no podía ser de otro modo, al conseguir esto, lo que consiguieron fue aplastar toda posibilidad de sociedad libre, naturalmente jerarquizada, justa y equitativa.

Los liberales, en efecto, ejecutaron sangrienta y totalitariamente esa revolución antinatural y filosóficamente anticristiana; una vez llevada a cabo tan mortífera revolución, fusionaron todas esas ideologizaciones que idolatran al Estado y las aderezaron con esa funesta invención de la libertad, igualdad y fraternidad, que no son sino un constructo ideológico de palabras vacías enderezado a engañar a los tontos.

Con el liberalismo y el positivismo jurídico que le es inherente, existen unos “poderes” legislativo y ejecutivo acaparados por la tiranía de un gabinete de políticos; y se crea un pretendido ‘poder judicial’ que no es más que  un artefacto artificial de control social, en que la ley, expresión de la voluntad del poder totalitario del Estado liberal, absorbe al Derecho y todo lo puede.

Los límites de esta legalidad soberana no están puestos desde afuera del Estado (principio de subsidiariedad, naturaleza humana, naturaleza de las cosas, ley natural, la espontaneidad de la vida social, etc.), sino desde el Estado mismo, cuyo criterio en definitiva será esa misma soberanía estatal.

Con el Estado liberal, os poderes se ven en manos de las oligarquías de politicastros, siervos del más absoluto positivismo jurídico

Con el Estado liberal, los poderes se ven en manos de las oligarquías de politicastros, siervos del más absoluto positivismo jurídico

 

¿Hasta cuándo habrá que soportar la vigencia de ese mito de los tres poderes?

¿Cuándo las gentes honradas se pondrán en marcha de verdad para restablecer la necesaria autonomía de la soberanía social respecto de la soberanía política?

¿Cuándo se satisfará la urgente necesidad de reconstruir la sociedad natural, sociedad construida desde su base?

 

No. La civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la Civilización Cristiana, es la Ciudad Católica. San Pío X

"No. La civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la Civilización Cristiana, es la Ciudad Católica." San Pío X

“No, la civilización no está por inventar ni la «ciudad» nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo

Papa San Pío X