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La Utopía y el Idealismo, enemigos del Orden Natural y de la Tradición
diciembre 26, 2010 in Política | Tags: aborto, alianza de civilizaciones, América Hispana, americanismo, anarquismo, animalismo, Antiguo Régimen, apologética, arraigo, asociales, autarquía, autogestión, batallitas, bienestar, capricho autoritario, Cataluña, católicos liberales, centralismo, Ciudad de Dios, Civitas Christiana, Civitas Dei, comunidad, comunidades, conservadurismo, constitución, contrahechos, Contrarrevolución, cooperativismo, corporativismo, crisis económica, Cristiandad, Cristo Rey, democracia, depuraciones, derechos polisexuales, Dios, doctrina social de la Iglesia, Edad Media, el brigante, el Matiner Carlí, Españas, Estado, estatismo, etnia, eugenesia luciferina, Euscalerria, experiencia, falsos ideales utópicos, familia, fascismo, federalismo, feminismo, filantropía, filántropo, folclore, folklore, fueros, globalización, gobierno, gremios, guildas, Hispanoamérica, idealismo, idealismo romántico, ideología, ideologizar, idioma, ignorancia, indignación utópica, ineptos, insatisfecho peligroso, La Ciudad de Dios, la Utopía, las Españas, legitimismo, Ley Natural, liberal, liberalismo, libertades, libertarios, lunáticos, Madiran, marginales, masacre, masónico, matanza, meretrices, mitos, modernidad, monarquía, moral normal, mundialismo, mundo nuevo, municipios, nación, nacionalismo, naturalismo, no-nacidos, obediencia moral, ofendidos imaginarios, oligarquía, orden natural, orografía, patria, perversiones, pervertidos, plutocracia, PNV, progresismo, PSOE, purgas, racionalismo, raza, Régimen de Cristiandad, realidad, reformar el mundo, regalo de Reyes, religión, revolucionarios, Rey, romanticismo, saludismo, sangre, Santa Tradición, sentido común, sentimentalismo, separatismo, Sistema Tradicional, soberbia, socialismo, sociedad, subsidiariedad, tetralema, tibieza, totalitarismo, Tradición Católica, Tradicionalismo, utópico, utopía, vaciamiento del alma, Vascongadas, vida humana, violencia de género | 4 comentarios
Como regalo de Reyes, transcribimos para nuestros lectores un par de breves y excelentes artículos de utopía e idealismo. El primero de ellos lo tomamos de El brigante, blog que se distingue especialmente por su honradez intelectual en la exposición de lo que es un católico, una cosa hoy poco conocida. El artículo se titula La utopía odia el orden natural y odia la vida humana y muestra cómo el activismo del católico no puede limitarse exclusivamente a «batallitas» como la defensa de los no-nacidos o el derecho de un niño huérfano a no ser adoptado por una pareja de pervertidos del mismo sexo. También aclara perfectamente cómo todos los innovadores y revolucionarios, sean de la ideología que sean, odian el orden natural y pretenden siempre transformar el mundo en base a sus espejismos y utopías mentales. Es evidente que los utópicos odian la creación y su orden natural y por eso están siempre intentando hacer la realidad a su medida, desmantelar la sociedad y reescribir la historia para autojustificar sus locuras y sus crímenes. Simplificando, podemos dividir en dos grupos los utópicos: unos son los que proceden del mal llamado «racionalismo» y otros son los que reaccionan equivocadamente frente al «racionalismo» con el romanticismo, tan utópico como el mal llamado «racionalismo», y crean una historia a base de mitos del pasado y de la naturaleza a los cuales exaltar; por eso, el segundo artículo que transcribimos está tomado del interesantísimo blog El Matiner Carlí. y se titula El Romanticismo vehículo de destrucción de la Tradición. Su finalidad es la diferenciación entre romanticismo y tradicionalismo, este último auténtica reacción de la sociedad viva y no de la exaltación de uno o varios mitos como el primero. Nos hemos limitado a hacer algunas modificaciones tipográficas y de resaltado, y añadir algunas imágenes. Que disfruten estos dos excelentes artículos. Mendo Crisóstomo
La utopía odia el orden natural y odia la vida humana
La utopía, en todas sus formas y variantes, es siempre enemiga de la vida moral humana y, al final, hasta de la mera vida humana, a secas. El utópico es el insatisfecho peligroso que, so capa de reformar el mundo, lucubra deducciones infinitas sin nexo alguno con la realidad y la experiencia. ¿Que la verdad, la naturaleza y la inducción más elementales nos señalan la dirección contraria? Peor para todas ellas. La violencia y la saña a la que pueden llegar los filántropos no conoce igual en los anales de la delincuencia común. Acostumbran estos benefactores de la humanidad a dejar tras de sí un reguero de sangre, espeso como su soberbia.
La bestia negra de los utópicos es el “sentido común”. Hace ya mucho tiempo que los utópicos más delirantes están al timón de nuestros gobiernos. Pero, piénsese que la clase dirigente de las revoluciones y de los regímenes utópicos está formada por los “ofendidos” imaginarios, por marginales y asociales, incapaces de ceñirse a la regla común de la obediencia moral. No es infrecuente que en tiempos de revolución sean los pervertidos, los lunáticos, los ineptos, las meretrices o los contrahechos los que vean en esos falsos ideales utópicos la ocasión -que creían definitivamente perdida- de redimirse socialmente. Y así las depuraciones más feroces las dirigen los incapaces más palmarios, encendidos por un celo febril.
Y así, también, las ideologías más odiosas ofrecen la oportunidad al cornudo y al tímido patológico de convertir su rencor en motor de una catarsis social diabólica. Sea el feminismo, la alianza de civilizaciones, la eugenesia luciferina, los derechos polisexuales, el animalismo o la llamada violencia de género, nos ofrecen el espectáculo de la iracundia cuasi sagrada aureolando los rostros más ramplones, marcados por la frustración, pero que parecen elevarse hasta el séptimo cielo de la indignación utópica mientras pontifican desde su ignorancia.
Pero guardémonos de menospreciar a esta morralla, pues de esa sentina surgen las levas que están acabando con los últimos vestigios de la vida tradicional, racional y conforme a la naturaleza. Bueno, de ahí y de la tibia connivencia de los católicos liberales, siempre tan preocupados por dar la perfecta inclinación cervical ante el poder constituido, venga de donde venga. La furia utópica no descansa y, lo que es peor, cada vez encuentra menos resistencia para alcanzar sus objetivos de refundar la realidad al margen de la ley natural. Disipemos rápidamente el conjuro brujeril de quienes piensan obrar conforme a su deber humano y cristiano desgañitándose para defender como última Thule moral la oposición al aborto provocado y a lo que vagamente denominan “familia” (incluyendo una relativa libertad de iniciativa educativa y el matrimonio). No es que esos bastiones no formen parte irrenunciable de la ley natural, en cuya defensa, por cierto, cabe un mayor recurso a la fuerza del que se estaría dispuesto a admitir desde esa trinchera (la violencia es mala, venga de donde venga, nos amonestarían, repudiándonos). El problema es que la moralidad natural es un todo coherente e irrenunciable en sí mismo. No sólo en sus expresiones normativas (haz esto y evita aquello), sino, y esto se olvida frecuentemente, en sus condiciones de ejecución. La exigencia de la moral natural –la moral normal en el sentido natural– ni se ciñe a esos dos ejes de “familia” y “vida” (ni menos al esquelético mínimum con que se presentan), ni se limita a las obligaciones mismas, sino que abarca todas las condiciones previas que permitan ese cumplimiento. Ése es el fundamento de la doctrina política católica y no ningún capricho autoritario. No se trata de confundirse sobre la viabilidad social de estos reclamos. Hace demasiado tiempo que cruzamos todos los límites y toda futura y eventual reconstrucción, salvo milagro, será dolorosa, dura, combatida y lenta. Se trata de no confundirse sobre la naturaleza de nuestra moralidad ni sobre el alcance de nuestra doctrina. Como diría Madiran, se impone un gran esfuerzo de clarificación. Antes de nada. El Brigante
EL ROMANTICISMO VEHÍCULO DE DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN
Tengamos mucho cuidado en la no generación de “Tradicionalismos románticos”. La Fe católica asimilada y vivida debe ser siempre la norma de nuestro actuar personal y político.
Régimen Tradicional: La Doctrina de Jesucristo reinando en la sociedad
noviembre 29, 2009 in Política, Verdad Histórica | Tags: absolutismo, americanismo, anarquismo, Antiguo Régimen, apologética, Aristóteles, autarquía, autogestión, bienestar, centralismo, Ciudad de Dios, Civitas Christiana, Civitas Dei, constitución, Contrarrevolución, cooperativismo, corporativismo, crisis económica, Cristiandad, Cristo Rey, democracia, distributismo, división de poderes, doctrina social de la Iglesia, Edad Media, ejecutivo, Españas, Estado, estatalismo, estatismo, explotación, fascismo, federalismo, fuentes del derecho, fueros, función social de la propiedad, globalización, Gran Leviatán, gremios, guildas, ideología, ideologizar, Isócrates, judicial, Kropotkin, La Ciudad de Dios, las Españas, legislativo, legitimismo, leyendas negras de la Iglesia, liberalismo, Marx, marxismo, Mendo Crsóstomo, monarquía, mundialismo, municipios, nacionalismo, oligarquía, orden natural, Padres de la Iglesia, pan y circo, plutocracia, Régimen de Cristiandad, romanticismo, San Agustín de Hipona, Santa Tradición, Santo Tomás de Aquino, segunda escolástica, separatismo, Sistema Tradicional, soberanía política, soberanía social, socialismo, sociedad, solutus legibus, Suárez, subsidiariedad, totalitarismo, Tradición Católica, Tradicionalismo, utopía, Ysidor Mardochai Levy | 4 comentarios
EL RÉGIMEN POLÍTICO-SOCIAL DE LA LIBERTAD Y DE LA JUSTICIA: EL RÉGIMEN DE CRISTIANDAD
Por Mendo Crisóstomo
Nunca el ser humano gozó de tanta libertad y bienestar efectivos como durante el Régimen de Cristiandad; incluso el importante teórico anarquista Kropotkin (1), que nada tenía de católico, no tuvo más remedio que afirmar tajantemente que cuanto más investigaba, más claro le quedaba que el trabajador y el artesano jamás habían tenido iguales niveles de dicha y bienestar que los que tuvieron en la Civitas Christiana.
¿Dónde tiene su origen tal régimen de Cristiandad? En la aplicación práctica de unos principios basados en la observación natural de la realidad por parte de teóricos como Isócrates o Aristóteles y perfeccionados por la doctrina cristiana gracias la labor de sistematización operada por los Padres de la Iglesia, que, continuando la labor de los Apóstoles, buscan construir lo que llama San Agustín Civitas Dei (“la Ciudad de Dios”).
Éstos liman algunos defectos propios de teorizaciones y aplicaciones prácticas de los paganos y asumen y perfeccionan, en cambio, los elementos enderezados a construir una sociedad desde su base, con una brillante organización de los cuerpos intermedios de la sociedad.
Posteriormente, Santo Tomás de Aquino hizo un pequeño resumen teórico en su obra De Regimine Principum.
Pero, ¡atención! esta obra no teoriza sobre ninguna utopía, como hacen los ideólogos, que hablan de “cambiar el mundo” e inventan mundos ficticios en sus obras políticas y, sin embargo, a la postre, siempre y en todo lugar se han demostrado fracasados y traicioneros en la práctica, por no basarse en la realidad sino en especulaciones mentales ficticias.
Santo Tomás de Aquino, en cambio, al escribir esa obra, no hacía más que constatar una realidad, como fruto de la observación; aunque es cierto que esa realidad se llevará a cabo de manera aún más perfecta posteriormente: en las Españas.
En el Régimen de Cristiandad, la sociedad se ordena, pues, a la manera natural; es decir, respetando el principio de subsidiariedad, estructurando el cuerpo social en entidades sociales que gozan de autarquía y autonomía propias, reguladas por los fueros, que refuerzan las verdaderas libertades de los individuos, con independencia de la autoridad política central.
Los diferentes cuerpos sociales se rigen a sí mismos por representantes elegidos libre y directamente por los miembros de cada uno de los gremios e instituciones sociales, y no con representación puramente subjetiva y mandato artificial representativo, como sucede en el liberalismo, sino con representación objetiva y mandato imperativo:
En la Civitas Christiana, que no es ninguna utopía ideológica sino un régimen que verdaderamente existió y fue eficaz, el poder central está limitado por la autoridad de la Tradición, mediante un triple sistema:
1) Ético (por la Ley Natural).
2) jurídico-foral (por principio de subsidiariedad, imposiciones de los cuerpos sociales)
3) jurídico constitucional (que son las limitaciones legales que el pueblo -y no una comisión de políticos- haya querido imponer e imponga al poder central en el ejercicio de la soberanía política).
Éste es el único sistema que ha funcionado.
Un modelo de este tipo es imposible que derive al totalitarismo o al absolutismo, puesto que el poder supremo o soberanía política está limitado y controlado por un sistema de triple control, más potente y decisivo que el de la supuesta división de poderes.
A lo largo de los siglos, desde el Bajo Imperio Romano hasta la Baja Edad Media, esta realidad, que habían reconocido incluso teóricos ya revolucionarios como Kropotkin ―o el propio judío llamado Karl Marx(2)―, se va perfeccionando en todo el continente europeo:
Se respeta el principio de subsidiariedad, el poder económico se halla absolutamente al servicio del poder social y político y, por último, la potestad se encuentra dividida en soberanía social y soberanía política.
Están limitadas una por la otra y ambas, a su vez, limitadas por la autoridad de la Ley Natural, la autoridad de las tradiciones consuetudinarias y la de la Tradición Católica.
Tal ordenamiento político-social tuvo su escenario más logrado en las Españas, que consiguientemente nunca se llamaron a sí mismas “Imperio Español” como erróneamente quieren hacer ver las leyendas románticas y las deformaciones históricas del Sistema; ese conjunto de las Españas fue destruido por invenciones teóricas y tiránicas como el nacionalismo español o los nacionalismos periféricos (fundamentalmente los antihistóricos vasco y catalán), fanáticos defensores del Estado.
Y, actualmente, el Antiguo Régimen de las Españas continúa siendo calumniado con numerosas mentiras y leyendas negras, como si hubiese sido un sistema cuasi-totalitario donde el pueblo vivía esclavizado por el rey, la nobleza y la Iglesia.
En efecto, al llegar el Cristianismo, las libertades civiles comienzan a la sazón a cobrar vida y vigor a través de una participación real, basada en organismos naturales que se articulan en una sociedad conforme a normas consuetudinarias que surgen progresivamente y tomando como punto de partida siempre lo anterior, y siempre sin reñir con los preceptos evangélicos de Jesucristo y de la ley natural.
No había un “Estado” en el sentido moderno del término.(3)
No existía el Estado, esa gran bestia que engatusa a los tontos, a los incautos y a los frívolos con su palabrería, con su “pan y circo” y que, en la práctica, tiraniza a la sociedad negándole su libertad natural para acapararla en manos de una oligarquía plutocrática.
Notas:
(1) KROPOTKIN, P., El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, Madrid, 1978.
(2) Pseudónimo de Ysidor Mardochai Levy
(3) Y por tanto, por ejemplo, no se pagaban impuestos
EL FRAUDE DE LOS TRES PODERES
septiembre 2, 2009 in Política | Tags: absolutismo, Antiguo Régimen, aparato propagandístico, Aristóteles, autarquía, autogestión, Bodino, capitalismo, Ciudad de Dios, Civitas Christiana, clase política, Contrarrevolución, cooperativismo, corporativismo, crisis económica, Cristiandad, Cristo Rey, democracia, división de poderes, doctrina social de la Iglesia, Edad Media, ejecutivo, espíritu protestante, Estado, estatismo, explotación, fuentes del derecho, fueros, globalización, Gran Leviatán, gremios, Grocio, guildas, Hobbes, impuestos, judicial, justicia social, las Españas, legislativo, Ley Natural, leyendas negras de la Iglesia, liberalismo, libre albedrío, libre examen, Locke, los tres poderes, Maquiavelo, Marsilio de Padua, Martín Lutero, Modernismo, multiculturalismo, mundialismo, municipios, nacionalismo, naturaleza de las cosas, Pío XII, positivismo jurídico, puritanismo, Régimen de Cristiandad, Revolución, Revolución Francesa, Rousseau, San Juan Crisóstomo, San Pío X, Santa Tradición, Santo Tomás de Aquino, segunda escolástica, soberanía política, soberanía social, sociedad, solutus legibus, Suárez, subsidiariedad, suprema auctoritas, totalitarismo, Tradición Católica, Tradicionalismo, utopía, utopía malsana, vida social, voluntad general | 6 comentarios
LA VERDADERA HISTORIA POLÍTICA DE LA CRISTIANDAD Y EL MITO MODERNO DE LOS TRES PODERES
Por Mendo Crisóstomo
Todos conocemos la leyenda negra creada por las plumas conservadoras y burgués-capitalistas-caciquiles y por sus correlatos demagogos de izquierda acerca de la Cristiandad.
Todos ellos, embriagados de dialéctica hegeliana y envenenados por diversas ideologías, no cejan en su empeño de calumniar y mentir acerca de lo injusta, inmovilista, explotadora, tiránica que fue la Cristiandad político-social hasta la revolución y la moderna aparición del Estado, mal llamado “de derecho”.
Ahora bien, cualquiera que se acerque sin prejuicios a las fuentes constatará, sin gran esfuerzo, que desde que el Cristianismo tomó en la Antigüedad Tardía las riendas de la sociedad y especialmente una vez que hubo conseguido la conversión de todos a la verdadera religión en cada territorio, entonces fue instituyéndose de forma eficaz el Régimen de Cristiandad; esto es: según la caridad y justicia cristianas y según el libre albedrío y no según el “libre examen” que después introducirá ese monje maldito que fue Martín Lutero y sobre el cual se sustentará después el liberalismo en todas sus formas.
La Sociedad Cristiana se basará, simplemente, en aplicar a la experiencia las leyes naturales y la Tradición recibida de los antepasados (de tradere, entregar): no en ideologías ni en imposiciones hechas desde arriba por parte de un grupo de visionarios y de una ficción política como es actualmente el “Estado”.
Aquellos felices tiempos nada tenían que ver —como decimos— con las leyendas negras inventadas por diversos elementos de las clases acomodadas que fueron quienes inventaron el Estado Moderno.
El Estado Moderno y su democracia crearon una nueva casta, la “clase política”, que con su aparato propagandístico y sus apoyos financieros adormila a una sociedad colmada de numerosas comodidades y placeres efímeros que intentan camuflar cómo todos esos “individuos” viven, en realidad, arrollados por la burocracia y por el afán de regularlo todo, ¡y que persigue al disidente con una feroz policía!; y todos se asfixian con unos terribles impuestos ante los cuales sólo es posible bajar la cabeza.
En cambio, los tiempos en que regía la Ciudad de Dios, eran tiempos en que la soberanía se hallaba verdaderamente dividida, y no dividida artificialmente como ahora mediante un Estado opresor con un gran aparato propagandístico. Desde Aristóteles hasta la Segunda Escolástica, pasando por San Juan Crisóstomo o por Santo Tomás de Aquino, se tuvo bien claro que:
1) En la soberanía es preciso distinguir entre un poder social y un poder político. Ambos se limitan entre sí y ambos, a su vez, se hallan limitados por la Tradición y por la Ley Natural.
2) El poder central no tiene ningún derecho de supremacía sobre la sociedad.
En cambio, la Revolución creó el Estado, cuya aparición supuso el cumplimiento de unas expectativas francamente totalitarias (que presumen de ser antiabsolutistas y antitotalitarias cuando en realidad son todo lo contrario) previstas por Marsilio de Padua, Hobbes, Bodino o Rousseau, que tienen sus antecedentes en los engaños de los antiguos sofistas.
Estos visionarios, personas muy pagadas de sí mismas y alejadas de una interpretación realista de la política y fundamentados en constructos “de laboratorio”, quisieron establecer una sola soberanía: la soberanía política del poder central, desvinculada de todo posible poder externo que la limite, absorbiendo radicalmente a la soberanía social y aplastando todo orden natural.
Además, con la Revolución liberal, la política se desvincula de la ley natural y de toda constitución histórica de la sociedad. Así aparece el Estado, que conquista la supremacía absoluta por encima de cualquier otra entidad.
Los teóricos liberales se inventan entonces la ficción de los tres poderes, una ficción inexistente y profundamente totalitaria porque:
1) Esos tres poderes los acapara esa gran bestia tiránica que es el Estado.
2) El Estado no tiene en cuenta ninguna limitación: ni ético-moral, ni jurídico-foral, ni jurídico constitucional.
Con los planteamientos defendidos por Bodino, el Estado se hace a sí mismo única fuente del derecho y usurpa el derecho al pueblo. El Estado se convierte en solutus legibus, esto es:
Él mismo crea leyes, él mismo ejecuta esas leyes y él mismo juzga a quienes no cumplen esas leyes.
Pero, ¿acaso los individuos que conforman el cuerpo social son tenidos en cuenta a la hora de crear esas leyes? No.
A diferencia del sistema tradicional, desde entonces ha sido aquí una misma bestia quien ha impuesto a todos unas leyes y quien sigue persiguiendo a quien no las cumple. Apareció así el “Gran Leviatán” de Hobbes, que inventó un imaginario pacto al que todos los individuos llegan, renunciando a su libertad por el temor a una muerte violenta y por su egoísmo utilitarista y creando un “poder común”.
Así, todo y todos quedan sujetos a ese “poder común”: sólo ese poder común de oligarcas podrá legislar y sólo él será quien determine lo justo y lo injusto.
Locke vino a completar esos delirios de Hobbes o Bodino al inventar una nueva ficción: la teoría de la división de poderes.
Ahora bien: tal división es absurda porque, en tales concepciones supremacistas estatistas y esencialmente antinaturales, esos tres poderes están acaparados por el Estado.
Así pues, el Estado arrebata a los cuerpos sociales su soberanía social, la fusiona con la soberanía política y después divide en fragmentos (los supuestos tres poderes) para oponerlos unos a otros; de este modo, un límite que debería estar fuera, lo buscan dentro.
Así que no existen esos tres poderes, sino que son una ficción que intenta esconder una realidad: la Bestia del Estado acaparando todo el poder.
Después apareció Rousseau con su solemne sandez de la “bondad natural del hombre”, redundando en lo anterior y exaltando el Estado y diciendo que la sociedad corrompe al hombre. Ese envanecido tipejo era tan contradictorio que, para encajar sus ficciones en unas nociones erradas y contradictorias de libertad, llegó a defender con su palabrería el absurdo de que el Estado “obligue a cada individuo a ser libre”. Entonces, algo tan vago como la “voluntad general”, erigida en un Estado (artificial, nuevamente y, en la misma línea de sus predecesores), se convierte en fuente de todo derecho, sin tener en cuenta la necesaria autogestión de los distintos individuos, instituciones y cuerpos sociales y aplastando la idiosincrasia y necesidades particulares de todos los hombres, que deben cubrirse para que la sociedad sea verdaderamente libre y justa.
¡Qué diferente de estas falsificaciones modernas es la clásica sociedad cristiana! ¡Y qué realista! ¡Y qué conocimiento tan profundo del hombre y de las fecundas posibilidades de la política y de lo social!
En el Régimen de Cristiandad, la suprema auctoritas implicaba que todo poder (incluso el poder político central) se hallaba encerrado dentro de unos límites hacia abajo.
Eso fue lo que intentaron abolir Rousseau, Hobbes y otros; y la Revolución lo consiguió. Como no podía ser de otro modo, al conseguir esto, lo que consiguieron fue aplastar toda posibilidad de sociedad libre, naturalmente jerarquizada, justa y equitativa.
Los liberales, en efecto, ejecutaron sangrienta y totalitariamente esa revolución antinatural y filosóficamente anticristiana; una vez llevada a cabo tan mortífera revolución, fusionaron todas esas ideologizaciones que idolatran al Estado y las aderezaron con esa funesta invención de la libertad, igualdad y fraternidad, que no son sino un constructo ideológico de palabras vacías enderezado a engañar a los tontos.
Con el liberalismo y el positivismo jurídico que le es inherente, existen unos “poderes” legislativo y ejecutivo acaparados por la tiranía de un gabinete de políticos; y se crea un pretendido ‘poder judicial’ que no es más que un artefacto artificial de control social, en que la ley, expresión de la voluntad del poder totalitario del Estado liberal, absorbe al Derecho y todo lo puede.
Los límites de esta legalidad soberana no están puestos desde afuera del Estado (principio de subsidiariedad, naturaleza humana, naturaleza de las cosas, ley natural, la espontaneidad de la vida social, etc.), sino desde el Estado mismo, cuyo criterio en definitiva será esa misma soberanía estatal.
¿Hasta cuándo habrá que soportar la vigencia de ese mito de los tres poderes?
¿Cuándo las gentes honradas se pondrán en marcha de verdad para restablecer la necesaria autonomía de la soberanía social respecto de la soberanía política?
¿Cuándo se satisfará la urgente necesidad de reconstruir la sociedad natural, sociedad construida desde su base?
“No, la civilización no está por inventar ni la «ciudad» nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo”
Papa San Pío X